“Hay dos monumentos que los checos y checas deben contemplar con reverencia: Lídice y la Iglesia Ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio (…) Deben ser lugares de peregrinaje en las tierras liberadas, porque aquí aconteció el primer y gran golpe asestado por la resistencia nacional”. Son frases que pueden leerse en El derecho del pueblo, editado en Praga el 19 de junio de 1945.

El interés por estos dos puntos nos lleva a la ciudad de Kladno, a 25 km. al oeste de Praga, una de cuyas principales atracciones es el Museo de la Minería Mayrau, cuya existencia denota la importancia histórica que la minería ha tenido en esta región de la Bohemia central. La mayor parte de los pueblos de su alrededor crecieron al amparo de la riqueza creada a partir de 1850 por las minas de carbón y las fundiciones de acero. Uno de ellos fue Lídice, a medio camino de Praga y con 340 habitantes. La vida en esta aldea transcurría con monótona languidez, incluso durante la dominación nazi, hasta que un fatídico día alguien la señaló en el mapa para llevar a cabo en ella uno de los escarmientos más crueles llevados a cabo durante la II Guerra Mundial.

El monumento de Marie Uchytilová, en el lugar donde una vez estuvo Lídice. Begoña E. Ocerin

EL PRINCIPIO DEL FIN

A las 10:30 horas del 27 de mayo de 1942, un comando de paracaidistas checos ejecutó la Operación Antropoide atentando contra la vida de la máxima autoridad nazi en Checoslovaquia, el super-poderoso gobernador Reinhard Heydrich. Su sadismo, a la altura de su cultura, le hizo merecedor del apelativo el carnicero de Praga. El militar quedó malherido por la metralla de una granada.

En el hospital al que fue trasladado con urgencia se negó a que le trataran médicos checos. Craso error porque se extendió la septicemia en el tiempo que se perdió hasta la llegada de los mejores galenos desde Berlín y ya era imposible detenerla. Ocho días más tarde, el temido Heydrich cerró definitivamente sus ojos.

Fachada de la iglesia de San Cirilo y San Metodio. Begoña E. Ocerin

Tras la celebración de dos funerales en su memoria, los días 7 y 9 de junio en Praga y Berlín respectivamente, se desató una brutal represión de castigo comandada por su sustituto Kurt Daluege, quien llegó a la capital checa con una merecida fama de sanguinario tras su participación en la Noche de los Cuchillos Largos.

La orden que se le había dado en Berlín era simple: una ciudad de Bohemia con su población debe ser destruida y sus ciudadanos eliminados, de forma que nunca más se pueda escuchar el nombre de esa localidad. Daluege cerró los ojos y marcó un punto sobre el mapa que tenía delante. Lídice estaba condenada.

En la madrugada del 9 de junio, un nutrido contingente de tropas germanas emprendió camino hacia esta aldea. Los granjeros, que iniciaban entonces sus labores en el campo, se sorprendieron con el atronador ruido del convoy militar al detenerse en la plaza del pueblo. Todos los vecinos fueron sacados de sus hogares y congregados en el lugar: Hombres adultos a un lado y el resto a otro. Apenas si dio tiempo a entender lo que allí se estaba fraguando.

¿Conoces la historia de los niños de Lídice y su monumento conmemorativo? Acompáñanos a recordar lo acontecido en esta...

Posted by Espacio Anna Frank on Saturday, August 12, 2023

El primer grupo, compuesto por 192 personas, fue fusilado sin mediar explicación. Al segundo, formado por 60 mujeres y 88 niños, le esperaba otra suerte. De entre los niños se apartó a siete que podían pasar por arios para ser reeducados en la doctrina nazi, y al resto, con las mujeres, se les trasladó a distintos campos de concentración con el indicativo R. U. que significaba sin retorno. Sólo 17 sobrevivieron a la guerra.

Las tropas regresaron a la mañana siguiente dispuestas a ultimar la orden y uno por uno fueron dinamitados todos los edificios del pueblo. La destrucción fue rodada por varias cámaras de cine y las imágenes proyectadas en los cines de los países que componían el Eje para mostrar al mundo el castigo ejemplar dado a quienes habían osado oponerse al régimen. El nombre de Lídice quedó proscrito y definitivamente desapareció del mapa.

Unos días más tarde, la policía alemana encontró un emisor de radio en la localidad próxima de Lezaky. Algunos de sus 50 habitantes habían colaborado con el comando, pero el escarmiento fue total. Todos los vecinos adultos fueron fusilados, dos niños germanizados y los once restantes gaseados en el campo de Chelmno.

Intento de anegar la cripta en pleno asalto. Cedida

LA CAZA DEL HOMBRE

Paralelamente se inició la caza de los siete paracaidistas implicados en el asesinato. Se ofreció una recompensa de un millón de Reichmarks a quien aportara alguna pista. Muy pocos sabían dónde se escondían. Gracias a la ayuda de buen número de ciudadanos, repetidamente se les varió de escondite para evitar cualquier filtración.

Un sacerdote ortodoxo, partidario de los movimientos nacionalistas checos, sugirió la cripta de la iglesia de San Cirilo y San Metodio, en el mismo centro de Praga, hasta que, pasada la furia del momento, se relajara la vigilancia y los paracaidistas pudieran huir al Reino Unido. La propuesta fue aceptada sin sospechar que había un delator entre quienes conocían la ubicación del escondite.

A las 4:15 de la mañana del 18 de junio, la Gestapo desplegó 360 miembros del Batallón de la Guardia de las SS de Praga en el asedio al templo. “Hay que cogerles vivos” era la orden. Los tres primeros paracaidistas cayeron sobre las siete de la mañana defendiendo las naves de la iglesia. La cripta tardó en ser descubierta y asaltada. Los cuatro restantes que se refugiaban en ella resistieron luchando tanto como pudieron. Guardaron las cuatro últimas balas para ellos. Paralelamente, doscientos cincuenta y tres checos fueron encerrados por la Gestapo alemana acusados de haber ayudado a los componentes del comando.

Imagen sobre la destrucción de Lídice. Cedida

HUELLAS DE LA TRAGEDIA

La calle Resslova es hoy una de las más frecuentadas del centro de Praga, posiblemente por su salida al puente Jiraskuv que une el clásico barrio de Nové Mesto con la otra orilla y sus grandes avenidas. Es también paso para turistas porque desde una de sus aceras se puede obtener una gran panorámica del Moldava, el río que atraviesa la ciudad.

La mayor parte de los nativos aprecian que los extranjeros se detengan ante el templo de San Cirilo y San Metodio y muestren interés por la historia que hay tras una fachada machacada por impactos de balas. Una placa con los nombres de las víctimas recuerda el hecho. Diariamente, los vecinos cambian las flores de modestos jarrones o encienden cirios.

Interior de la cripta con el homenaje a las víctimas. Begoña E. Ocerin

A la cripta se puede acceder hoy mediante un acceso practicado directamente desde la calle para no interrumpir los actos religiosos del templo. Es uno de esos lugares que sobrecogen, porque todo está tal cual quedó tras la tragedia. En las paredes están dispuestos los nichos de lo que antiguamente había sido cementerio de quienes componían la comunidad eclesial. Entre ellos se abre la escalera de acceso a la parte superior en el suelo del templo. También la tronera, un estrecho ventanuco horizontal que da a la calle Resslova desde la que se intentó inundar el espacio dada la dificultad y riesgo que suponía el asalto a cuerpo despejado.

El centro de la cripta está ocupado por los bustos de los paracaidistas que perecieron en el lugar y coronas de flores. Existe un auténtico respeto hacia Opalka, Kubis, Bublik, Valcik, Gabcik, Svarc y Hruby representados aquí con profunda veneración. También se recuerda a los sacerdotes Petrek y Cikl, así como al sacristán Omest, que fueron arrestados junto con sus familias, y al obispo Gorazd que ofreció su vida a cambio de salvar la iglesia, las vidas de los arrestados y poner fin a las víctimas del terror. La respuesta que obtuvo fue un proceso de torturas.

Cartel de la película '7 hombres al amanecer'. Cedida

Con el paso del tiempo, mucho se ha olvidado o se ha intentado hacer olvidar, pero hoy esta comunidad religiosa proclama que fue una gran acción en una pequeña iglesia, una iglesia que después de mil años retomó una vez más la tradición de los santos Cirilo y Metodio, misioneros griegos que contribuyeron a la democracia y la cultura. Así como el trabajo de estos santos fue una gran contribución al engrandecimiento del entonces Imperio Moravo, fue también la acción de este pequeño templo una victoria moral sobre la violencia del fascismo.