"Tengo a veces la impresión de que estoy en una noria que se ha descolocado y que gira enloquecida en una tierra que está padeciendo un terremoto". Así describe Iñaki Gabilondo el tiempo "extraordinariamente inquietante" que nos está tocando vivir. Con honestidad y hondura, el periodista donostiarra desveló en el Foro Gogoa las claves de algunas cuestiones que la pandemia ha dejado sobre la mesa como la crisis de la democracia, la recuperación del poder del gasto público, la urgencia de corregir nuestra relación con la naturaleza o los peligros para la libertad del descontrol digital. Por coherencia y hartazgo frente al "enconamiento partidista y la superpolarización" ha decidido dejar su análisis diario de la actualidad política. A cambio, nos ofrece un café cada lunes desde los micrófonos de la CadenaSER para escuchar y hablar del futuro con gente joven.

Más de 50 años de información, de análisis lúcido y comprometido con los hechos que han marcado nuestras vidas. ¿Cuál ha sido la gota, o el torrente, que ha colmado un vaso tan profundo y de tanto recorrido?

-No quisiera que esto pareciera una enmienda a la totalidad de la acción política, porque sigo creyendo que es el único instrumento que tiene el ser humano para transformar la sociedad. Lo que pasa básicamente es que estoy cansado y he perdido, en parte, la fe como consecuencia de la dificultad para encontrar puntos comunes. Ha llegado el momento de dar un paso a un lado, no para dejar de trabajar, sino para no entrar todos los días en un territorio estéril que está condenado a no llevar a nada. En esa disputa diaria es en la que se manifiesta más esta pequeña cochambre del partidismo ciego.

Defiende que la democracia es consenso a partir del disenso. No parece que el acuerdo entre diferentes sea el camino que se está siguiendo.

-Lo que más me preocupa y entristece es cómo están desapareciendo los elementos de lo común. Siempre he creído en el disenso que construye. No hablo de consensos idílicos sino de acuerdos desde el disenso, que son los que hacen comunidad y posibilitan que el sentido común, la racionalidad y el valor de lo profundamente humano prosperen. Una de las razones por las que la sociedad está medio desquiciada es porque la política está teniendo extraordinarias dificultades para encontrar puntos comunes. Nuestros responsables públicos, algunos más y otros menos, no están teniendo la altura de miras que requiere la dramática situación que vivimos. En este momento cuesta muchísimo ver en las acciones públicas la voluntad de atender lo común porque está mandando mucho más el interés parcial de cada uno en no perder posiciones o en ganar terreno.

Con el miedo en el cuerpo ¿es ahora el momento de parar y repensar la democracia?

-La pandemia ha puesto sobre la mesa la necesidad de releer la democracia. Es un instrumento extraordinario, pero muestra sensaciones de fatiga, de roña. Hay que repensar el papel de los gobiernos, de los parlamentos, de los partidos, de la oposición. Todo está en cuestión y hasta la propia democracia necesita ser observada y analizada con cariño, seriedad y determinación.

Antes del coronavirus se hablaba ya de un tiempo de estupor. ¿La pandemia está agitando un tsunami social que se veía venir?

-Ya en el año 2008, el crack financiero provocó una gran conmoción, a la que se sumó el desconcierto que estaban significando la globalización y las nuevas tecnologías. Todo iba cambiando a una extraordinaria velocidad y era casi imposible seguir el rastro. "Un haz de crisis", decía Ignacio Ramonet, que era aquella en que vivíamos cuando no sabíamos muy bien cuáles eran las certezas o cómo enfrentarnos a la nueva juguetería tecnológica que venía dispuesta a transformarlo todo. Los augurios hacían vaticinios verdaderamente extraordinarios sobre cual podría ser el futuro en manos de la biotecnología y la infotecnología en un mundo global. Era lo de siempre -incluso las fake news, que son las mentiras, medias verdades y globos sonda de toda la vida- pero en un mundo globalizado y en la era de las nuevas tecnologías distribuidas por todo el mundo a la velocidad de un clic en una tecla de ordenador. Vivíamos, por tanto, en un tiempo de estupor antes ya de que llegara el coronavirus. La pandemia ha colocado sobre la realidad del mundo una bomba atómica que ha venido a agitar tensiones ya existentes y a acelerar preguntas pendientes.

¿Qué aprendizajes no deberíamos olvidar nunca?

-Hay una serie de evidencias predemocráticas y preideológicas que deberían ya estar aceptadas. La primera es que un Estado para serlo, debe tener una fuerte cimentación pública y un sólido pigmento social. La disputa ideológica podrá venir luego. Lo vi con una claridad manifiesta el día que se anunció la relación de servicios públicos esenciales entre los que estaba la sanidad, pero también sectores observados con el rabillo del ojo y que desde hace muchísimo tiempo son castigados de una manera sistemática por esa visión enloquecida del ultraliberalismo que hemos padecido. Me refiero al personal de limpieza o a quienes se dedican a la distribución de alimentos o la recogida de fruta. De pronto, descubrimos que eran esenciales.

La segunda gran lección se refiere al neoliberalismo. ¿Está en retirada?

-Ahora que todo son peticiones de ayuda, de subvenciones y hasta de nacionalizaciones, el liberalismo y el neoliberalismo se repliega, se esconde y deja el campo libre a un entendimiento mucho más social y justo. Esto debería también recolocar la mirada económica, acabando de una vez con esa especie de mito que dice que sólo existe un modelo técnicamente viable, que es el de este neoliberalismo, y que cualquier otro elemento que intente actuar o corregirlo viene a constituir una perturbación perversa, no técnica y desarrollada por razones ideológicas. Deberíamos avanzar en esta dirección, pero creo que el paréntesis acabará y regresaremos a las andadas.

Va a ser difícil, a partir de ahora, negar el valor de lo público.

-Espero que la sociedad ya no acepte el juego de regateos y recortes en sanidad, en servicios públicos, en educación o en ciencia que el liberalismo pone en marcha permanentemente. Ya no vale defender que lo técnicamente correcto es generar mucha prosperidad y que luego, como en la mesa del rico Epulón, vayan cayendo las migajas hacia quienes están postrados debajo. Todavía no sabemos cuántas miles de personas irán a pique, cuántas van a pasar de los ERTE a los ERE o cuántos pequeños empresarios se van a arruinar, pero aquí tenemos que estar unidos. No tengo ninguna esperanza de que así ocurra en la decisión de los grandes poderes, pero sí en la convicción de mayores y más crecientes sectores sociales. Anhelamos acabar con esta pesadilla pero al tiempo estamos, creo, obligados a mirar con un poco de cabeza lo que está pasando para encontrar allí material con el que hacer una sociedad mejor.

¿La pandemia es también resultado de una relación equivocada con la naturaleza?

-Como dice Eudald Carbonel, director general de la Fundación Atapuerca, no terminamos de entendernos como miembros de una misma especie, ni siquiera ahora con la pandemia. Somos un eslabón más en la cadena de la vida y si no corregimos nuestra relación con la naturaleza está en riesgo nuestra propia supervivencia. Hemos avanzado, pero para evitar la deriva ahora es el momento de cambiar nuestra manera de vivir, de trabajar, de consumir y de pensar. Esto no se hace de un día para otro, pero poco a poco va penetrando y se va constituyendo un nuevo paradigma. Lo estamos viendo en sectores de jóvenes que están dando el paso, por ejemplo, del tener al usar. Hay muchas iniciativas y mucha gente haciendo cosas formidables en todo el mundo que pasan inadvertidas, ocultas por el estrépito de lo que se desmorona. No me desanimo porque veo que la hierba crece, aunque muy despacio, mucho más despacio que mi impaciencia.

Las nuevas tecnologías son ¿cómplices o enemigos?

-Con el coronavirus se ha producido la entrada definitiva de todas las novedades tecnológicas del mundo digital. Son un verdadero aliado, si somos capaces de no caer en sus manos de una forma ciega. El año pasado tuve la oportunidad de estar con Julian Assange en la embajada de Ecuador y nos planteábamos este dilema: las grandes sociedades digitales son, al mismo tiempo, cómplices y enemigos de nuestra libertad. El gran Yuval Noah Harari (historiador y escritor israelí) también advierte que la tecnología puede ser una gran oportunidad para empoderar al ser humano o el fin de su libertad si se pone en marcha toda la maquinaria de vigilancia que ahora tiene extraordinarias posibilidades de dominar y dirigir prácticamente toda nuestra vida. Pero lo que vaya a pasar va a depender de lo que el ser humano haga, de lo que no haga, de lo que permita que se haga, de lo que decida hacer.

Ahora lo que nos preocupa es encontrar la vía de salida a esta situación. ¿En qué dirección?

-Nunca se sale de un túnel por el mismo lugar por el que se entró, se llega a otro sitio. No sabemos cuál va a ser, pero en todo caso ahora nos tiene que preocupar si algo de lo que está ocurriendo nos va a dejar enseñanzas provechosas que puedan resultarnos verdaderamente útiles para entender de una manera más humana, más racional, más coherente, más inteligente y de forma más comunitaria la vida colectiva. Ahí es donde están los pronósticos cruzados, los que dicen que, en efecto, es una enseñanza que no va a ser olvidada, que nos va a marcar a fuego para siempre. Otros piensan que no.

Iñaki Gabilondo ¿qué opina?

-Ambas realidades se producirán. Habrá una gran sacudida y también un ataque de hedonismo, de búsqueda del disfrute, en un momento en el que estaremos sufriendo el estrago durísimo de una crisis económica que va a mostrarse en su verdadero dramatismo. Porque esto que está ocurriendo, como casi todo lo que sucede en este capitalismo enloquecido en el que vivimos hace mucho tiempo, provoca una creciente desigualdad. En pandemia, las 20 personas más ricas del mundo se han hecho mucho más ricas. Las distancias se han vuelto a ampliar. En España, concretamente, el ahorro ha crecido un 17%. Ahora hay más dinero dispuesto a ser gastado en una mirada, digamos de exaltación vital, que se pueda producir en cuanto nos dejen sueltos. Pero, al mismo tiempo, un tercio de la población tenía menos de 2.000 euros ahorrados cuando comenzó la pandemia y ahora está bajo la espada de Damocles de la nueva normalidad, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo para tratar de neutralizarla.

¿Qué cree que pasará cuando esto termine?

-He estado varios años haciendo entrevistas a personalidades del mundo científico en una serie que se llama Cuando ya no esté. Siempre les preguntaba qué iba a pasar, pero ninguno contestó. El ser humano tiene que tomar la iniciativa. Estas lecciones que estamos teniendo que aprender con el coronavirus y de todo lo anterior, nos deben llevar a recuperar el liderazgo en nombre del ser humano, rumbo a un nuevo humanismo que dirija todo. Vamos a tener que enfrentarnos a debates jurídicos, éticos y políticos, que ahora están amagando, y que nos obligarán a lanzarnos en plancha sobre ellos para llegar a algún tipo de conclusión. ¿Cambiarán los paradigmas? ¿regresaremos a los viejos hábitos?. Pasará todo a la vez. Ahora puede parecer que nada de lo que hemos aprendido va a quedarse, pero introducirá nuevos paradigmas en comportamientos, en hábitos de consumo y quién sabe si en mentalidad. No sé cómo asomará y seguramente no ocurrirá mañana ni pasado.

Con motivo de las elecciones americanas y la derrota de Trump ha denunciado la degradación a la que nos ha llevado el populismo. ¿Cómo se explica que siga atrayendo a tanta gente?

-En el caso de Estados Unidos, se explica por la existencia de comunidades que tienen la impresión de que han sido abandonadas mientras se prestaba atención a los emigrantes, por los blancos sin trabajo de la América profunda que se sienten denostados. Lo peor del comportamiento de estos bárbaros que entraron en el Capitolio es que creen ser patriotas que están salvando al país de una especie de pensamiento diabólico que quiere acabar con su alma, con su esencia. Es el peligro de estos populismos que tienen aire misional redentor. El brexit es también un repliegue nacionalista un poco reconcentrado y, en cierto modo, una reacción a la globalización para mucha gente que trata de defender su personalidad, el pequeño terruño que va a quedar sepultado por esta corriente globalizadora que nos aplasta como una locomotora. Explicaciones hay muchas.

Acabar con Trump no es derrotar al trumpismo. ¿Hay alguna vacuna que nos proteja?

-Solo se puede combatir con la disposición de la convicción democrática, que ahora está desfalleciendo. La democracia se defiende fortaleciendo su espíritu y sus instituciones. Hay poca conciencia de que hay que pelearla, de que no se tiene para siempre. Basta que haya cambios de una determinada naturaleza y, de repente, pierdas los derechos conseguidos.

En su libro 'El fin de una época' (2011) analizó las amenazas y grandezas del periodismo en un entorno ya entonces en plena transformación. ¿Los medios tradicionales han encontrado su sitio en la era digital?

-Están ahora en fase de desesperación financiera, intentando sobrevivir. Están de viaje, paseando a ciegas en la niebla. Y solo algunos llegarán. El New York Times ha tenido una sorprendente salida de la crisis, haciendo un periodismo de altísima calidad y contratando a 400 periodistas. Empezaron el proceso de adaptación a lo digital y terminaron descubriendo que lo único que les iba a dejar sitio era convertirse en una referencia de tal categoría periodística que la gente se lanzara en tromba a subscribirse.

"En tiempos de inundación lo primero que escasea es el agua potable" (es una de sus frases más conocidas).

-Parece una paradoja, pero es verdad. Ahora, cuando hay una gran inundación de millones de señales informativas, lo primero que escasea es la información potable. El que acredite su solvencia tiene de pronto una oportunidad que nunca nadie ha tenido. Algunos creyeron que adaptarse al tiempo digital era aprender a manejar la juguetería tecnológica, que son cacharritos que se inventan y se reinventan. Otros descubrieron que tenían que fortalecer su independencia y la calidad de su producto, y les va de cine.

¿Es posible seguir ofreciendo una mirada reflexiva más allá de la cultura de la inmediatez en la que estamos atrapados?

-Es difícil no sólo para el periodismo, sino para la vida. Vivimos atropellados, sin tiempo para digerir nuestra propia realidad, sin saber muy bien cómo actuar. Cuando dejé Hoy por hoy, hace unos cuantos años, tuve la impresión de que la comunicación estaba condenada a no servir para nada, a ser como una especie de subgénero de la publicidad para lanzar eslóganes, frases cortas. Pero un día descubrí que no era así, que era consecuencia de que me estaba haciendo mayor y la sociedad empezaba a digerir y reflexionar de una manera muy distinta a como yo lo hacía. En ocasiones pienso como Vicente Verdú, que era un gran amigo y un maravilloso periodista y sociólogo: "miramos con bastante desconcierto estas cosas que hace la gente, pero somos nosotros los que estamos en retirada y no entendemos que los bárbaros tenían razón y que los del lenguaje ciceroniano estaban quedando desbordados por la novedad, la modernidad". Déjame que crea que hay muchas maneras de reflexionar, aunque no se parezcan a las que yo tradicionalmente he usado y usaré.

¿Qué valor da al feminismo como alternativa social que pone en el centro los cuidados?

-Llevo toda mi vida dándole una gran importancia. He dicho muchas veces que ahora es el colectivo más activo, más dinámico y más propulsor que tiene la sociedad. Es el motor menos gripado. Y sin embargo, como siempre, el que más sufre. Con la pandemia el mayor número de empleos lo han perdido las mujeres, a las que además les ha caído el doble de trabajo como consecuencia de las circunstancias derivadas del confinamiento, etc. No estoy de acuerdo con quienes creen que el feminismo ya ha cumplido su misión y que debe apartarse. Al contrario, tiene mucho camino que recorrer y espero que sea con la complicidad de los hombres porque es inexplicable que todavía muestren tanta indiferencia.

"La pandemia ha colocado sobre la realidad del mundo una bomba atómica que ha venido a agitar tensiones ya existentes"

"Espero que la sociedad ya no acepte el juego de regateos y recortes que el liberalismo pone en marcha permanentemente"

"La sociedad está medio desquiciada porque la política está teniendo extraordinarias dificultades para encontrar puntos comunes"