49 Semana de Música Antigua de Estella
Capilla Renacentista Michael Navarrus de la Coral de Cámara de Navarra. Ione Martínez, Beatriz Aguirre, sopranos. I. Caslí, tenor. David Sagastume, contratenor. J. Fdez, Baena, tiorba. Sara Agueda, arpa. Meritxell Ferrer, fagot. Amaia Blanco, violone. Virgiana Gonzalo, órgano positivo. David Guindano, dirección. Programa: obras de Simón de Araya Andía, José de Baquedano, Juan José de Arce, Simón Huarte Arrizabalaga, Miguel de Arizu, Manuel de Egüés. J. F. de Iribarren, Andrés Gil, M. Navarrus, Gabriel de Sostre y Sola, Fermín de Arizmendi, Joseph Ximénez. Joan Cererols. Basílica del Puy. 1 de septiembre de 2018. Público: lleno (12 euros).
Son gente de Falces, Artajona, Peralta, Puente La Reina, Tafalla, Aritzu, Egüés, Sangüesa, Tudela, Pamplona? Compusieron sus obras hace siglos. Pero, no se les cita en las escuelas. Salvo alguna rara excepción, ni siquiera en los conservatorios. Y, sin embargo, sus obras -siempre muy dignas- estuvieron a la altura de las catedrales -que sí solemos admirar-, o, por lo menos, a la altura de esas magníficas iglesias de nuestros pueblos, con sus brillantes retablos. Estamos en los siglos XVII y XVIII, y estos vecinos cumplían con el trabajo de poner música a las celebraciones religiosas de sus fiestas patronales: muchas de ellas, dedicadas a la Virgen que, a su vez, solía ser la titular de sus templos. David Guindano, al frente de sus dos coros, ha dedicado la apertura de la Semana estellesa a un monográfico sobre la Virgen -de la Mater Dolorosa, a la Mater Gloriosa; siempre Mater Amabilis-; con compositores navarros. Presidiendo, la Virgen del Puy -otra sede inédita, que yo sepa, de la Semana- cuya basílica se reveló con una acústica muy propicia a las voces. El programa, de sorpresa en sorpresa. El concierto policoral. Con diferenciación de coros exigidos por las partituras -doble coro, a cuatro más continuo, a cinco?- siempre bien coordinados en el juego acústico; con continua variación de efectivos -solos, dúos, cuartetos, todos- que dieron a la función una riqueza expresiva, francamente admirable. El gregoriano, en ese estilo un tanto rústico que tanto le gusta a David, aunque otros preferimos el bonito de Solesmes. Todas las obras en su estilo. Con un “tactus” rítmico que se olvida del compás encorsetado. Con una sonoridad que, como siempre ocurre con Guindano, no le tiene miedo al fuerte, porque nunca se sale de ese estilo, utilice la dinámica que utilice. El bajo continuo -fundamental y potente- está reforzado con un fagot, un acierto. Así, el coro al completo, sonó grande ya desde el atacca de la antífona del peraltés Simón de Araya, tras el procesional gregoriano; una polifonía también grandiosa. A partir del puentesino J. de Baquedano, se va a establecer un continuo diálogo entre los solistas -o coros reducidos- y el coro más grande. Muy bien hecha la apertura desde un preciso y precioso punto de ataque, en los solistas, y la respuesta del coro, imitando. Es un villancico lleno de gracia. El tafallés J.J. de Arce propicia un bellísimo cuarteto con fagot. El dúo de vocalizaciones entre las dos sopranos -Ione Martínez y Beatriz Aguirre- es de una limpieza y alegría contagiosa. La fagotista Maritxell Ferrer, rotunda y segura toda la velada. El contratenor Sagastume se luce en la cantata Judith (de Araya Andía), aria, recitativo, aria. Sorprende Manuel de Egüés -y sus intérpretes, Ione y Sagastume- con el villancico a dúo Yo canto, yo lloro, (al fondo Monteverdi), con el delicadísimo texto onomatopéyico “dulce suspensión”, emocionante. Como el Oh Clemens de Gil. La Nativitas de Fermín de Arizmendi, -(también puentesino, se nota el camino de Santiago)- es un diálogo festivo y de alabanza entre el dúo y el coro. De Iribarren constatamos una vez más su grandeza: toda esa instrumentación comandada por el órgano -Virginia Gonzalo, soberbia- nos remite a Bach. Y, lo que para muchos fue el descubrimiento de la noche: el Stabat Marter del sangüesino, saliéndose de su propio estilo -fue su última obra-, para llevarnos al puro sentimiento. Y, cómo no, Michael Navarrus: sin duda, cumbre polifónica, interpretado con ese criterio de tensión de la alta polifonía, manteniendo una sonoridad brillante, siempre arriba. Y así, todo. Cerró el programa Joan Cererols, su Ave maris stella quizás quedó lo más deslavazado del concierto. No hay sitio para más. Solo citar las estupendas aportaciones del tenor Casalí, y otras voces que iban surgiendo entre los coros. Y las intervenciones de la arpista Sara Agueda, la tiorba de F. Baena, y el violone de A. Blanco. De propina, un Kyrie de Juan de Iriza, de Artajona, y de intensa polifonía. El público en pie.