Jokin Azketa publica su cuarto libro, La vida en la punta de los dedos, y afianza así su carrera como escritor de novelas de intriga ambientadas en marcos naturales. En este caso es El Chaltén, una localidad de la Patagonia argentina, el escenario donde se desarrolla la historia.

¿De dónde surge la idea de La vida en la punta de los dedos

-Yo siempre he escrito novelas de alpinismo y montaña, pero que en realidad son un thriller psicológico. Y esta vez he ido girando más hacia la novela negra, porque para mí la escritura es un aprendizaje y voy encontrando maneras de expresión que me interesan más. Aunque no es una novela de montaña, sí que tiene un trasfondo de alpinismo: en 2019 un californiano, Jim Reynolds, escaló en El Chaltén el pico Fitz Roy, un impresionante muro de granito de 1.500 metros, y lo hizo en solitario, sin utilizar cuerda, una gran hazaña de alpinismo. Tal vez la inspiración estuvo en esto, porque mi novela empieza con otro californiano, Jacob, que llega a El Chaltén con intención de repetir esta hazaña, pero tras su llegada empiezan a desaparecer niñas y aquí arranca la trama.

¿Cómo ha sido el proceso creativo?

-Este libro lo escribí durante la pandemia. Esto es una contradicción con la manera con la que a mí me gusta escribir. El personaje central de esta novela, Norman Scarf, es un escritor que viaja buscando tramas para un libro, y siempre digo que aunque somos muy diferentes, creo que hay algo en él que refleja lo que en el fondo me habría gustado ser a mí: una especie de nómada que viaja constantemente con el cuaderno de notas bajo el brazo. Pero esta novela ha sido escrita durante la pandemia y viendo solo el pequeño trozo de mundo que se ve bajo mi balcón, por eso ha sido muy distinta a todas las demás.

¿Tiene algo de autobiográfico?

-Yo no quiero ser Norman, porque es un personaje que todavía no conozco del todo y me parece una persona un poco contradictoria y con cierta ambigüedad moral, porque unas veces parece preocupado por la justicia y otras le veo más cínico y sarcástico, interesado solo en su propio éxito. Comparto con él muchas cosas, en algún sentido puede que sea el tipo que me habría gustado ser, pero hay otras muchas cosas que no compartimos en absoluto. Pero para mí, lo mismo que para él, los viajes son un laboratorio en el que elaborar una novela. La parte que sí es relativamente autobiográfica es que yo siempre escribo sobre lugares que conozco; El Chaltén y los Andes de la Patagonia argentina y chilena los conozco muy bien y situar ahí esa historia fue también porque a mí me interesaba describir esa parte del mundo.

¿Qué le gustaría que sintieran los lectores cuando lean su libro?

-Sobre todo, creo que es un libro para entretenerse, para pasar un buen rato. También para fijarse en la geografía y el paisaje; esa descripción y exactitud geográfica para mí son muy importantes, y me gustaría que la pudieran apreciar también. Y, sobre todo, lo que más me gustaría es que sintieran ganas de seguir leyendo.

¿Qué pretende contar con el libro?

-Lo que pretendo transmitir es que hay un cierto nivel de oscuridad, una parte oscura que está muy al acecho y siempre dispuesta a salir. Que en zonas del mundo de una gran belleza natural también pueden pasar cosas realmente siniestras. Durante casi todo el tiempo que pasé escribiendo, tuve en la cabeza a las brujas de Salem. No en el sentido de querer reescribir la historia, eso sería muy pretencioso por mí parte, pero son unas niñas que pagan por la frustración y el integrismo religioso de otra gente, que son víctimas de algo de lo que ellas no tienen la culpa. En ese sentido, la idea de maldad que se plasma en las brujas es lo que he tenido muy presente a la hora de escribir La vida en la punta de los dedos.

¿En qué ha cambiado como escritor desde su primera novela a esta?

-Yo creo que es una evolución del aprendizaje, que a mí me ha ido haciendo girar desde mis primeras novelas, que eran claramente un thriller con mucha tensión psicológica, hacia la novela negra. Y dentro de que es un aprendizaje, voy descubriendo cosas nuevas y madurando como escritor. Ahora, cuando me acuerdo de mi primera novela, Donde viven los dioses menores, lo veo como un libro tremendamente espontáneo, pero también inmaduro; había mucha más historia que la que yo fui capaz de hacer. A escribir se aprende escribiendo y poco a poco vas afinando más en tu manera de contar las cosas. También vas cumpliendo años, pero es sobre todo ese aprendizaje y el ir descubriendo cosas nuevas.

¿De dónde nace la idea de escribir sobre la montaña?

-Yo he sido montañero siempre y lo sigo siendo. Un montañero muy del montón, mediocre, pero siempre montañero. Todo está siempre basado en experiencias personales; un lugar en el que he estado y conozco bien, una experiencia que he vivido en la montaña... Hay muchas cosas mías en estos libros. Algo muy importante para mí, que creo que me distingue del resto de escritores de novela negra, es que todas las tramas las sitúo en paisajes de gran belleza. Eso no es algo que suela pasar, los escritores hacen bandera de ese paisaje urbano y todo lo que leo en la novela negra se desarrolla en ambientes sórdidos: garajes abandonados, naves, casas semiderruidas... Yo trato el paisaje casi como un personaje más de la novela, para mí es una pieza clave y es muy importante ser geográficamente exacto. Soy un coleccionista de paisajes.

¿Cómo compagina el trabajo con la pasión montañera y la escritura?

-Yo escribo de una manera regular y me las apaño para escribir todos los días un rato. No tengo otra fórmula para escribir que no sea la dedicación. Yo necesito escribir con constancia y soy bastante puntilloso con el estilo: me gusta no solo lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Antes de escribir, yo trazo el mapa del libro, en el que me hago una idea de la trama, los personajes, los escenarios... y con esa línea intento llegar hasta el final. Una vez que tengo esa idea tan básica empiezo a escribir, y para mí es como si tejiera un tapiz, cada día le voy añadiendo un poco más. Es un proceso trabajoso, pero me hace disfrutar mucho.

¿Tiene algún proyecto entre manos después de presentar su libro?

-Tengo un proyecto que está en la fase del mapa. Tengo claro que este personaje, Norman Scarf, sigue siendo el protagonista, y me gustaría meterlo en nómina y poder tenerlo como personaje central para unas cuantas novelas más. En un principio, esta vez Norman no sale de Londres, que es donde vive. Se va moviendo a través de una serie de correos que le mandan y le van contando unas historias que suceden lejos. No sé si al final de la historia viajará; de momento, creo que no lo saco de su mesa. Y sigue en las mismas coordenadas:novela de intriga, geografía de por medio y presencia de los mapas.