Hierro viejo (Siruela) es la última novela de Marto Pariente (Madrid, 1980). Antes llegaron Una bala para Riley, La cordura del idiota y Las horas crueles. En todas sus historias, los personajes principales no tienen nada que ver con los arquetipos del género. No son héroes, “tampoco antihéroes”, sino tipos que, de hecho, no quieren ser protagonistas, pero algo sucede que les obliga a ponerse en marcha.
Además, en este relato más reciente, tejido a base de capítulos cortos y un ritmo cinematográfico, resuenan influencias de emblemáticos westerns crepusculares, aunque también diálogos delirantes al más puro estilo Tarantino. Y no hay paz para los malvados.
En la segunda jornada de Pamplona Negra, ha compartido mesa redonda con Carlos Bassas, Juan Carlos Galindo y Paul Pen.
Es su primera vez en Pamplona Negra, ¿también en la ciudad?
Sí, de hecho, es mi primera vez en Navarra. No sé por qué me prodigo poco de Madrid para arriba.
¿Qué le aportan este tipo de encuentros en los que no solo dialoga con escritores, sino que también el público asiste para escucharles hablar de sus procesos?
Escribir es como una moneda. Está la cara, que es estar en tu casa, en pijama y con tu cafelito escribiendo tus historias, en un acto completamente íntimo. Y la cruz, que es la faceta pública de todo esto. A ver, yo ya voy por la cuarta novela y he cogido unas pocas tablas, pero, al principio, esta exposición me daba vértigo.
Participa en una mesa que se titula ‘En el interior’, ¿diría que sus historias se ajustan al ‘country noir’?
Creo que sí. Entiendo, además, que las editoriales tienen que buscar un hecho diferenciador porque, al final, todos los autores de novela negra nos encontramos en la misma balda de las librerías. La policíaca, la procedimental, las de misterio, los thrillers... Eso es un cajón desastre, y, aunque la novela rural existe desde hace mucho tiempo, la etiqueta se usa para distinguirse. Y lo que es cierto es que la novela de investigación suele ser mucho más urbanita. Recuerdo que yo mismo, de más jovencillo, tenía la tentación de llevar mis historias a Minnesota, Kentucky o Nueva York, qué sé yo, porque parece que suena como más exótico, pero luego me di cuenta de que lo más honrado, tanto de cara a ti como a los lectores, es hablar de lo que uno sabe. Y yo siempre he vivido en pueblos. Por eso opté por trasladar mis tramas a sitios más pequeños y con una idiosincrasia muy particular que no tiene nada que ver con las grandes ciudades.
¿A qué se refiere?
¿Sabes cómo, en algunas películas, cuando van a matar a alguien dicen eso de ‘no es nada personal, son negocios’? Pues, en mi pueblo, si te matan, es personal (ríen). De todos modos, ubicar las historias en estos lugares no es meritorio, sino más bien un acto de honestidad y de honradez.
Además, en esta y en otras de sus novelas el paisaje juega un papel clave en la trama.
Sé que está muy manido decir que el entorno es otro personaje, y, aunque no es cierto del todo, sí que ocupa un lugar importante, le da a la historia otro relieve, otro empaque. Mis tres novelas anteriores se ambientaban en Guadalajara, y esta está un poco más deslocalizada. No aparece ningún nombre de pueblo o ciudad. Bueno, el pueblo se llama Balanegra, que en realidad existe, pero en Almería, este es un lugar totalmente inventado.

¿Por qué este cambio?
La novela está protagonizada por un personaje que vuelve después de mucho tiempo, y quería crear tanto en él como en el lector el sentimiento de desarraigo. También esa sensación de cuando vuelves a casa y las cosas no son como las recordabas. Pasa también con las personas.
La memoria, esa gran mentirosa.
Lo es. De hecho, en la novela aparece una frase de la película Choose Me en la que Coveiro se dice ‘no sé si es la ciudad la que ha cambiado o soy yo’.
Con ‘La cordura del idiota’ ganó varios premios –Novelpol y Cartagena Negra entre ellos– ¿cómo vivió esa irrupción en la escena negra?
Al principio, con mucha alegría; luego, con vértigo, y, más tarde, como con un ataque de responsabilidad. Además, ocurrió que la siguiente novela, Las horas crueles, no tuvo tanto éxito. La cordura del idiota es una historia muy coral, construida a partir de distintos puntos de vista y en la que el lector sabe mucho más que los personajes. Sin embargo, Las horas crueles es más canónica. Hay un gran interrogante que recorre la novela y que acompaña tanto al lector como al protagonista. Es lo que más acostumbrados estamos a leer, y quise probar, pero yo nunca lo había trabajado.
¿Siente que necesita experimentar?
Más bien creo que aquella historia necesitaba esa forma. En Las horas crueles partimos del caso de la desaparición de unos mellizos en un bosque, un tema muy duro, y sentí mucha responsabilidad por si la leían personas que habían sufrido una pérdida como esa. Pensé que ese tipo de umbral que se abre ante la desaparición de un niño y no saber qué ha ocurrido no lo soportaría otro tipo de narración y tampoco el lector.
Lo que está claro es que para sus historias no escoge protagonistas fáciles. No son hérores, precisamente.
Tampoco antihéroes. Yo también me he preguntado por qué los elijo. Y creo que es porque son protagonistas que no quieren serlo y a los que pones ante una determinada situación que no esperan. Coveiro, por ejemplo, tiene que volver a un mundo que quería olvidar. Aunque, creo que mis personajes surgen a partir de la historia. Es como si estuviéramos en un desierto y se acercaran ya con arena en los bolsillos.
También práctica una narrativa despojada, sin explicitar muchos aspectos de los personajes.
Siempre he pensado que hay que dejarle una parte de creatividad al lector y no hurtarle todos los análisis. No me gustan esos libros papilleros que le dan todo mascado, yo tengo una premisa, que es tratar a mis lectores como adultos.
¿El humor, pese a la violencia, también es otro de sus sellos? Los diálogos entre los asesinos suenan a Ritchie y a Tarantino.
Sí, y Rubí de Miguel y Doble Mickey (ríe). Hay novelas que se prestan muy bien al humor. Tienen mucha violencia, pero también socarronería y muchos lectores lo agradecen.
También suele plasmar la corrupción y las cloacas del Estado, ¿son temas que le interesan?
No es tanto que me interesen o que quiera hacer una denuncia social como que son temas que están ahí. ¿Qué no está tocado en este país por la corrupción?
Antes hablábamos de sus influencias cinematográficas, en su caso, ‘Hierro viejo’ remite ‘Sin perdón’ o ‘Gran Torino’.
Sobre todo, tenía en la cabeza Sin perdón, quizá también Dos hombres y un destino y Centauros del desierto. Al final, como escritor te creas a partir de lo que has leído y has visto.
Coveiro sabe desde siempre que no acabará bien y que en algún momento tendrá que compensar todo el mal que ha causado.
Completamente. La vida siempre pasa factura. Precisamente, otro de los retos de la novela es que la historia no tratase de redimirlo. Simplemente le doy una última batalla con la que el lector sí puede empatizar, pero él sabe de antemano que para personas como él no existen ni el cielo ni nada parecido