Antonio Lozano (Barcelona, 1974) fue editor de la Serie Negra de RBA y en 2021 publicó Lo leo muy negro. Travesías por crímenes reales e imaginarios, un recorrido por el género desde distintas perspectivas: la historia, la evolución, la resonancias de los autores clásicos en los contemporáneos y el diálogo entre novela y cine y series. Todo, con un interrogante que atraviesa el libro de principio a fin: “¿Por qué nos fascina tanto el crimen, qué dice de nosotros como individuos y como sociedad?”
En su opinión, el género negro es “el menos original”, ya que está “muy codificado” y casi siempre se ciñe a una serie de clichés. Esto, en cuanto a la trama, ya que en la técnica, en el estilo, es donde quizá se pueda aportar algo diferente. Y para quienes quieran escribir, dos consejos: planificación y tiempo. Seguro que quienes participan en su taller en Pamplona Negra ya lo habrán escuchado.
¿Ha cambiado mucho la forma en la que leemos la novela negra?
–Sí. Se suele hablar de tres períodos, aunque más desde el punto de vista del escritor. En la primera etapa, el foco está puesto en la figura del detective. Todo se ve a través de sus ojos. Pensemos, por ejemplo, en Dupin, que es el que inaugura el relato detectivesco. Luego vienen Sherlock Holmes o Poirot. Más tarde, ya hacia finales de los 20 y 30 del siglo XX, con el surgimiento del hard boiled americano, el relato se centra más en la crítica social, y en los años 60 y 70, se empieza a fijar más la atención en el asesino. Así, hasta llegar al psicópata, que irrumpe con fuerza en los 80 y 90, con casos como el de Hannibal Lecter, por ejemplo. Antes, la figura del criminal solo importaba para el lucimiento del investigador, pero en ese momento empezó a interesar y entraron en juego la metodología y la psicología.
¿Y en nuestros días?
–Pasa algo revolucionario, y es que a finales del pasado siglo y principios de este, el foco pasa a estar en la víctima. Y aquí cabe detenerse y pensar en asuntos como la moralidad. No es que quiera ser un censor ni nada de eso, pero hay que tener en cuenta que el género negro aborda crímenes de manera muy cruda.
"El criminal es aquel que va más allá, y, como todos vivimos de alguna manera encorsetados y nos gustaría cometer no tanto un crimen, pero sí una imprudencia, esa figura nos resulta atractiva"
¿Antes la víctima era secundaria?
–Hasta los años 40 o 50, la víctima aparecía tirada y nadie conocía su historia, como si no importara. Por supuesto, siempre hay excepciones, pero, antes, era un pretexto para el lucimiento de la mente brillante del detective que lo resolvía todo al final. Y, de golpe, en este siglo nos volvemos más empáticos, más conscientes, y la novela negra se centra en la víctima y se exploran las ondas concéntricas de dolor que genera un crimen. Con esto no quiero decir que desaparezcan el detective o el criminal, ya que siguen teniendo mucho peso. En este género no es que una etapa sustituya a la anterior, sino que todo lo nuevo se va sumando a lo anterior, generando un panorama muy diverso.
¿La oscuridad y el dolor se reparten?
–Sí. Antes, en el hard boiled, el dolor y el sufrimiento se concentraba en el detective. Ahí estaban Spade, Marlow, más tarde Wallander... En ese sentido, las novelas venían a seguir esa máxima de Nietzsche que dice que cuando miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Por eso, porque absorbían toda la oscuridad, eran personajes atormentados, alcoholizados... Sin embargo, ahora hay más sensibilidad y esas sombras se extienden a los dolientes.
Comenta que hay más sensibilidad, ¿también más morbo?
–También. La enorme diversidad del género negro hace que en el mismo momento convivan tendencias contrapuestas. Porque hoy también existe una exacerbación de la violencia, hasta llegar a lo que algunos llaman gore. Aquí tenemos el caso de Carmen Mola, por ejemplo. Pierre Lemaitre también publicó hace unos años novelas con algunos de esos elementos, y Alfaguara acaba de sacar El filatelista, de Nicolas Feuz, un autor suizo apadrinado por Dicker que presenta a un psicópata muy perturbador...
Tengo que confesar que suelo ver y escuchar documentales y podcasts de ‘true crime’, un género que en los últimos años ha crecido como la espuma. ¿Qué dice eso de mí como persona? ¿Y de la sociedad?
–Todos somos criaturas morbosas. Yo tengo una teoría al respecto, aunque advierto que no es muy científica: creo que nos fascina el crimen porque todos vivimos según unas leyes y normas sociales y sabemos dónde están las líneas rojas. Claro, el criminal es aquel que transgrede ese pacto, el que va más allá, y, como todos vivimos de alguna manera encorsetados y nos gustaría cometer no tanto un crimen, pero sí una imprudencia, esa figura nos resulta atractiva. Quien traspasa la línea prohibida y se aparta del camino siempre despierta interés. Además, todos llevamos una parte oscura dentro.
¿En qué sentido?
–Obviamente, todos tenemos pensamientos negativos o hemos hecho cosas malas en la vida. No me refiero hasta el punto de ir a prisión, pero todos hemos cometido pequeñas traiciones, hemos sentido celos, envidias e incluso hemos hecho daño a gente llevados por el malestar y por distintos motivos. Nadie es un ángel y, como decía Jung, siempre llevamos una sombra con nosotros. Y el true crime nos invita a pensar en qué haríamos nosotros en esas circunstancias. Nos gusta pensar que no traspasaríamos la línea roja, pero, claro, es muy fácil hablar desde la comodidad del hotel Tres Reyes de Pamplona...
Quizá nos gusta tanto la novela negra también porque desde el bienestar de nuestro sofá no nos salpica nada de la historia que leemos.
–Como lectores, asistimos a la expresión de esos horrores convertida en entretenimiento, en espectáculo... Por eso hablaba antes de la moralidad, un tema especialmente espinoso en el caso del true crime, porque se utilizan materiales terribles de casos reales, con víctimas y entornos que han sufrido mucho.
Precisamente, el año pasado una productora quería hacer un documental sobre el asesinato de Gabriel Cruz y la madre se oponía. Esto ya es una cuestión de ética.
–Por supuesto. Estamos ante el uróboro, la serpiente que se muerde la cola. Para elaborar tu producto, partes de temas tremendos y con tu creación reproduces esos comportamientos criminales... No sé, no hay una respuesta clara, pero el noir también tiene una parte oscura cuestionable, sobre todo con los materiales que se recrean en la violencia gratuita.
Volviendo a la ficción, ¿se puede ser original en la novela negra?
–No se puede ser original en la literatura en general y menos en la novela negra porque está especialmente codificada. Tiene que haber una víctima, una investigación, alguien que quiere saber algo... o todo esto puede estar en la cabeza paranoica de un personaje. Así que ya partimos de un género que, como decía Benjamin Black (John Banville) funciona enteramente por clichés. Por eso, ser original es muy difícil, aunque sí puedes aportar tu sello, una cierta personalidad.
"Un lector más formado podría contrarrestar los efectos perniciosos de las estrategias de marketing"
¿Con una voz diferente?
–Lo que marca hoy la originalidad es el estilo. El fondo, la historia, está bastante explotado, pero puedes jugar con la forma y sorprender. Todos usamos plastilina, pero tienes la posibilidad de darle una forma diferente.
¿Algún ejemplo de uso de la forma que le resulte atractivo?
–Fred Vargas. Para mí, es excepcional. Y, aunque sus tramas son básicas, Benjamin Black también me gusta mucho porque su prosa es exquisita.
¿Les dirá al alumnado de su taller que es imprescindible conocer a los clásicos del género?
–Es imprescindible si se quiere conocer el género y, sobre todo, para saber que lo que hoy te parece novedoso y original, ya lo había hecho antes otro autor. Por ejemplo, mucha gente alucinaba con el cine de Tarantino cuando había cosas que ya estaban en Kubrick. Es mejor no caer en dotar a los escritores actuales de una clarividencia extrema, pero se puede disfrutar de ellos sin haber leído a los clásicos. Depende de dónde pongas el baremo. La lectura de un clásico raramente decepciona y para ser un lector formado, cuanto más leas, mejor.
¿Y para escribir?
–Me sorprende la cantidad de escritores que me cuentan que en los talleres que imparten acude mucha gente que confiesa abiertamente que no lee. Con la apertura de las plataformas, se ha desbocado la producción editorial en general y el género negro en particular. Y cada vez es más complicado encontrar una joya en esta selva. Yo dirigí cuatro años una serie negra y la verdad es que cada vez llegaban –y llegan– más guiones de Netflix camuflados como novelas. Muchas veces, la gente ya quiere publicar una novela, sino que piensa directamente en la adaptación. Y te ofrecen películas escritas.
Es lo que tiene el marketing.
–El marketing es el demonio (ríe). Entiendo que esto es un negocio, pero el marketing hace daño en el sentido de que muchas veces es engañoso. Las fajas te venden algunos libros como novedosos, trepidantes, originales... Y no lo son. Como comentábamos antes, un lector más formado podría contrarrestar los efectos perniciosos de ese tipo de estrategias.