¿Puede el teatro escuchar la llamada de auxilio que los tiempos modernos están enviando a un mundo habitado por ciudadanos empobrecidos y encerrados en las celdas de la realidad virtual y atrincherados en su asfixiante privacidad? Es lo que se pregunta Theodoros Terzopoulos, dramaturgo, director y profesor griego que se ha encargado de escribir el mensaje del Día Mundial del Teatro 2025, que se celebra este 27 de marzo. Esta es sola una de las muchas cuestiones que plantea un texto colmado de interrogantes que interpelan a la profesión y en general a toda la sociedad. Sin ofrecer ninguna solución, porque “el teatro existe y perdura gracias a preguntas sin respuesta”, el fundador del Teatro Attis, defiende que hacen falta “nuevas formas narrativas cuyo objetivo sea cultivar la memoria y darle forma a una nueva responsabilidad moral y política que emerja de la actual dictadura multiforme de esta nueva Edad Media que vivimos”.
Para generar esa reflexión y apostar por un teatro menos autoconsciente y más atento a lo que sucede a su alrededor, quizá uno de los pasos más acertados que se pueden dar es girar la vista hacia quienes están teniendo sus primeras experiencias escénicas. Jóvenes que aun conservan las razones esenciales de este arte y los valores que contiene y cuyas opiniones bien pueden servir de recordatorio y de toque para el resto. Lo mismo que las de sus maestras y maestros, que les inoculan el veneno y, al mismo tiempo, asisten como espectadores privilegiados al asombroso nacimiento de la palabra, el gesto, la luz, el sonido, el cuerpo, el movimiento...
¿Por qué? Compañerismo, confianza, equipo
Desde la Escuela Navarra de Teatro, Patricia Bergasa, alumna de 21 años, confiesa que siempre ha soñado con el teatro y no se imagina haciendo otra cosa. “Me aporta descubrimiento personal y me permite conocerme a fondo”. Además, le proporciona bienestar y le enseña a “saber confiar en los demás”.
En su caso, Judit Císcar, miembro del emblemático Taller de Teatro IES Navarro Villoslada, esta actividad le ofrece un espacio “donde puedo ser creativa y disfrutar”, donde conectar con personas “maravillosas” y “aprender muchísimo”. El compañerismo, “saber que puedes tirarte al vacío sin miedo porque están ahí para recogerte” –figurada y literalmente, ya que en Personajas tiene que caminar fuera del escenario–, el esfuerzo, la responsabilidad son otros de los valores que ha incorporado gracias a su participación en el grupo que dirigen Ana Artajo y Ion Martinkorena. Pero, por encima de todo, le encanta que sea “el arte donde aprendes más sobre la vida” y que no se base en el individuo, “sino en el conjunto”. Para los jóvenes, dice, lo más importante del teatro no es tanto pisar el escenario, como que les ayuda a “entendernos mejor, a confiar en los demás y a salir de nuestra zona de confort”. También a “gestionar emociones que a veces ni sabíamos que teníamos”. “En un mundo en el que todo va rápido y cada uno va a lo suyo, el teatro nos recuerda lo importante que es parar, conectar y crear algo juntos”, subraya esta joven actriz de 16 años (1º de Bachillerato).
Su compañero de taller, Halil Ergyun, de 17 años (2º de Bachillerato) afirma que, más que representar obras dramáticas, el teatro “es amor”. En su opinión, “no hay ningún lugar donde se formen los vínculos que se forman en el teatro”, por “el nivel de compañerismo y de trabajo en equipo que requiere”. Ergyun comenzó por consejo de una profesora y no puede estar más feliz. “Durante los ensayos y las funciones, mi mente elimina cualquier preocupación”, y, con estos montajes no solo conocen obras maestras como Edipo Rey o Macbeth, “sino también a montar un espectáculo de hora y media con el que el público ríe y llora”.
Massil Allache, de 22 años y grado en Maestro de Educación Primaria, estrenará este año su obra ¿Dónde vas inocencia? con el grupo de la UPNA, del que forma parte. “Desde que tengo uso de razón, he concebido el teatro como uno de los medios más vivos para transmitir fábulas, relatos, historias, pensamientos o inquietudes”; en definitiva, “para poner sobre las tablas –a modo de espejo– los problemas de la sociedad”. En ese sentido, el director, dramaturgo y actor, fundador de la compañía Teatros Mágicos, el teatro “no es un lujo, sino más bien una necesidad para crecer como personas de manera holística, de desarrollar pensamiento crítico, autoconocimiento, empatía...” Es una “expresión” en la que “el público necesita del artista para descubrir mundos, ideas y reflexiones, y el artista precisa de un público para desarrollar su explosión artística sobre el escenario”, continúa.
Natalia Zúñiga, de 21 años y estudiante de Trabajo Social en la UPNA, tiene claro que hace teatro “porque la vida es más divertida así” y porque “no quiero limitarme a ver las cosas solo de una forma”. Además, esta práctica le aporta tiempo y le permite “vivir mil vidas en una”. “Me quita las prisas y me sitúa exactamente en el lugar en el que estoy; es una pausa al ruido”, comparte.
Teatro en la Chácena obtuvo el año pasado varios premios por su obra 1789. Una de sus protagonistas, Ángela Usoz, de 20 años, hace teatro desde que tenía 12 años. Es su “gran pasión”. Cuando interpreta, esta estudiante de 2º de Comunicación Audiovisual, se transforma “en un personaje con una historia que merece ser contada”. “A veces es divertida, otras tremendamente dura y algunas incluso absurda”. Es una actividad con la que se siente realizada, y no tanto por los aplausos y los elogios, sino “por el esfuerzo y la dedicación con la que trabajamos todo el equipo para que el resultado sea el mejor posible”. Le provee de “disciplina y compromiso”, y también le sirve para evadirse de sus preocupaciones y le ha regalado “las mejores amigas que me podían haber tocado en la vida”. Pantxo Capitani, entrenador de pádel de 26 años y coprotagonista en el mismo montaje, califica de “refugio” este medio. “Interpretar es estudiar, aprender, jugar y muchas otras cosas que me permiten entender la complejidad del ser humano”. Durante la última década, ha dejado de lado muchas cosas por ensayar los fines de semana, y no se arrepiente, porque “ser parte” de un proyecto y hacerse con las herramientas necesarias para gestionar emociones, discusiones o alegrías no es sencillo y En la Chácena se lo ha facilitado.
Por parte de Butaca 78, Nadia López Mangado, de 16 años (1º de Bachillerato), se toma “como un juego poder meterte en la piel del otro y actuar de una manera completamente diferente a cómo soy”. Además, gracias a esta escuela, “he conocido y vivido grandes obras clásicas que por mi cuenta no hubiese leído”. “El teatro me permite explorar sentimientos, comportamientos y personajes que en el día a día quizá no experimentaría”, indica Unax Gil, de 16 años (1º de bachillerato). “Dos personas pueden hacer el mismo papel de manera totalmente descubrir nuevas cosas, y ambas pueden ser igual de interesantes y sorprendentes”, cuenta, y destaca que actuar en distintos montajes le ha acercado a “realidades de diferentes épocas, al meterme en la piel de personajes clásicos”.
Desde Teatrolari, Iraia Martínez Paniagua (15 años, grupo de adolescentes) manifiesta su entusiasmo por la actuación, a la que le gustaría dedicarse. Mientras tanto, estar en esta escuela le hace “mejorar” y le suministra “nuevas formas de aprender”. Marta Núñez (23 años) participa en el grupo de improvisación. Para ella, hacer teatro es “una necesidad”. “Es una herramienta muy útil fuera de las tablas”, ya que “aprendes a comunicarte más allá de la palabra, mediante el lenguaje corporal, los silencios, desarrollas la imaginación, dejas de lado el juicio y el miedo, desaparece la vergüenza”. A título personal, asistir a Teatrolari le facilita la desconexión “con la vida frenética”, así como “centrarse en el presente y dejar las preocupaciones en la puerta”.
En su caso, Miguel Yanguas (20 años), estudiante del Grado Profesional de la Navarra de Artes Escénicas, asociada a este centro, expresa vehementemente el motivo por el que hace teatro: “Porque quiero, porque me gusta y porque estando dentro me permito hacer lo que me da la gana”.
¿Qué aporta a la sociedad? Pensamiento crítico, empatía, cambio
“El teatro implica aprender a no juzgar a tu personaje, y menos aun a la primera impresión, lo cual es tremendamente importante en una sociedad polarizada que aboga más por el insulto que por el diálogo”, señala Marta Núñez sobre el papel que este arte puede jugar en la sociedad actual. “Como espectador, te ayuda a observar realidades que se alejan de la tuya y eso te permite desarrollar la empatía”, añade. También desde Teatrolari, Iraia Martínez cree que es “una forma de hacer crítica social más llevadera, divertida e interesante”. Y, para Miguel Yanguas, es la sociedad la que debe decidir qué quiere coger de lo que el teatro le ofrece. “Puede aportar muchos cambios en el pensamiento y las acciones, pero para que algo te ayude, debes aceptar que necesitas ese cambio”, reitera.
“Reflexión y/o diversión”. Son dos de los efectos que pueden tener las artes escénicas según Patricia Bergasa (ENT), y cita La zapatera prodigiosa, de Lorca, “que reflexiona sobre el papel de la mujer en la sociedad y lo hace con sentido del humor”. En palabras de Judit Císcar, del Navarro Villoslada, el teatro “regala un momento para deternos, desconectar y, simplemente, estar presentes”. Invita a pensar, pero también “a reírnos a carcajadas”, algo que, hoy en día, “es más necesario que nunca”. Y es que, en tiempos de incertidumbre, “nos recuerda nuestra humanidad”. “Nos enfrenta a emociones y situaciones que resuenan en la vida real”. Y también es “un espacio de unión” entre personas distintas que “se ríen de los mismos chistes y lloran en las mismas escenas”, dice Císcar, que interpreta a Max Estrella en Personajas. El remake.
Halil Ergyun, que es Romeo en el mismo montaje, menciona propuestas como 14.4, de Sergio Peris Mencheta, Juan Diego Botto y Ahmed Younoussi, en torno a la migración; Puños de harina, de Jesús Torres, sobre la homofobia, como ejemplos de obras que “nos conciencian”. “Es una humanos; sobre todo, para nosotros, los jóvenes, que, muchas veces, nos disociamos un poco de la realidad”. Por eso, termina, “el teatro es amor entre personas que no solo buscan entretener, sino también dar voz a quienes no la tienen”.
“Tiene un gran poder transformador gracias a la universalidad de sus temas. Como decía Aristóteles, ‘mientras que la historia nos cuenta lo que sucedió una vez, el teatro nos cuenta lo que sucede siempre”, aporta Ángela Usoz (En la Chácena). Por eso, puede ser una luz que ayude a “comprender mejor los problemas actuales”. Y trae a nuestros días Antígona, que “refleja todas las veces en las que alguien se ha sentido frustrado ante un poder tiránico, una situación con la que muchos pueden identificarse, especialmente en tiempos de guerra como los que vivimos hoy”. Así, el teatro “nos recuerda que la lucha por la justicia, la libertad y la dignidad sigue vigente”. Pantxo Capitani, su compañero de elenco en 1789, opina que, ante la crisis global actual, puede ser “un refugio en el que podemos olvidarnos, durante una hora o más, de los problemas constantes e inmediatos que existen en esta vida y recordar todo lo bonito que ella tiene para ofrecernos”. En este contexto, los jóvenes de hoy, en nuestra faceta de artistas, “debemos seguir cumpliendo con el rol que el teatro ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad, ofreciendo siempre algo nuevo acorde con cómo las nuevas generaciones se desarrollan y se hacen presentes en este mundo caótico, sin dejar de lado a aquellas que tanto lucharon, para que sus voces no queden en el olvido”. Y cita como muestra la obra 1789, de Ariane Mnouchkine, que cuenta “cómo las voces del pueblo llano francés en 1791 vivieron el desvanecimiento de las esperanzas, el estallido de la alegría y el colapso de los sueños de la Revolución Francesa”. Como dice su personaje en la obra, Capitani también cree que a la sociedad “le hace falta una revolución”. “Estamos llenos de filtros, de redes, hiperconectados y acosados por la inmediatez. Es cierto que el final de esta revolución, como todas las que le siguen, no es el ideal. Pero el germen de reivindicación, de enfrentarnos, de romper con todo aquello que nos convierte en precariedad, es necesario”, defiende.
Natalia Zúñiga (UPNA) piensa que el teatro es “la manera más sencilla de expandir tu mirada ante el mundo”. Villa, dirigida por Guillermo Calderón, “define esto a la perfección”, comenta. “Diferentes historias, ideologías y principios, cada uno de puntos de partida contrarios. Quizás, si en un inicio te presentasen las diversas visiones, no te convencería casi ninguna. Sin embargo, escuchando todo lo que hay detrás de cada una, comprendes todas, llegando a empatizar de tal forma que, la vida de otra persona y la tuya no parecen tan contrarias, que ambas se mueven por sentimientos que no son lejanos”, afirma. Y cierra: “En los últimos años, con el impulso de ideas extremistas y bulos mediáticos, cada vez me cuesta más sentir cercanía con el exterior, no lo veo todo tan humano. El teatro es una llamada de atención, una manera de escuchar más allá, de no creer lo primero que te digan, de cuestionarse todo. De no tener todo tan claro siempre y de poder contradecirse, de dejar de creer que sólo hay una única respuesta para todo”.
Para Massil Allache, también del grupo de la Universidad Pública de Navarra, “toda obra teatral nace con la intención de trasmitir una inquietud”. El autor, actor y director recuerda que hoy hay propuestas que hablan sobre temas de “rabiosa actualidad”, como 14,4, Moria, N.E.V.E.R.M.O.R.E, Nevenka, Altsasu... y otras que rescatan la memoria, tales como La Guerra de nuestros antepasados, San Cristóbal: Historia de una fuga, 1936 o Una noche sin luna.
Allache también comparte su análisis sobre la escasa presencia de público joven en los teatros. “Puede deberse a muchos factores: desde el desinterés por parte de sistema educativo por fomentar la cultura teatral a edades tempranas o el poco que existe entre personas de 14 a 30 años por participar en los espacios culturales”. Sin embargo, y aunque esto le provoca tristeza, cree que hay que fomentar la participación de la juventud en las tablas. “Los adultos no son los que deben poner voz a los jóvenes en los escenarios. Deberían ser ellos mismos los que aporten su perspectiva de la actualidad con el fin de ser personas críticas y activas en la sociedad en la que viven”, destaca.
Como el resto de las artes, el teatro realiza importantes aportaciones a la humanidad. “Nos recuerda el potencial del ser humano y lo que podemos lograr conjuntamente”, señala Nadia López Mangado (Butaca 78), que agrega: “Hasta el papel más pequeño de la obra tiene el mismo peso o valor que el del protagonista. El teatro requiere de trabajo en equipo y de responsabilidad persiguiendo el mismo objetivo”. Desde el mismo centro, Unax Gil Goñi cree que “puede ser una herramienta para cambiar la sociedad”. En tiempos de conflictos y división, “el teatro sirve de recordatorio de lo que nos une: la empatía y la capacidad de entender otras perspectivas”. Y lo importante, “no es solo contar una historia, sino hacer sentir al público, invitar a la reflexión y, aunque sea por un momento, unir a personas que quizá fuera del teatro jamás se habrían encontrado. Para mí, el teatro es más que un hobby o una simple extraescolar, es una parte muy importante de mi vida y los ensayos son una cita esencial en mi semana”, subraya.
Convivencia, tolerancia, unidad, autoestima
Junto a los grupos y las clases de teatro de jóvenes, hay adultas/os que las/os acompañan. Como Maite Legarrea Galar, profesora de la ENT, para la que, en estos tiempos en los que “los discursos racistas y xenófobos levantan muros de odio y división”, el teatro “es una herramienta poderosa para derribarlos”. “Nos invita a sentir en carne propia las experiencias de otros, fomentando la empatía y la unión, en lugar del rechazo”, dice. “Que el teatro es una escuela de llanto y risa no solo es una preciosa frase de Lorca, sino una síntesis deslumbrante de lo que el teatro puede provocar en las personas a las que toca”, comentan Ana Artajo y Ion Martinkorena, directores del Taller del IES Navarro Villoslada. Formar parte de un equipo, “la convivencia sin estamentos”, es uno de los aprendizajes más importantes que obtienen quienes lo prueban, añaden, y apuntan lo importante que es que, como jóvenes, “se vean invitados al diálogo social”.
A Óscar Orzaiz, responsable del Grupo de Teatro de la UPNA, le motivan más las aportaciones educativas que las artísticas. En este caso, “no es habitual que los alumnos se dediquen al teatro, sino a la carrera que han elegido, y ahí sí podemos comprobar cómo les ayuda a superar miedos”. Y es que, “es habitual” ver a miembros del grupo “realizar exposiciones orales y desenvolverse con soltura en ese tipo de situaciones que hoy se consideran una habilidad social importante y solicitada en el mundo laboral”.
Para Mercedes Castaño, profesora en Butaca 78, esta es una “herramienta muy completa para los jóvenes”, y, además, “una disciplina muy divertida”. “En el aula de teatro, se plantean cosas muy grandes: el descubrimiento del mundo y los problemas y verdades esenciales de la vida. Y se favorece la comunicación, la autoestima y el respeto por el otro”, continúa.
Por parte de la Escuela Navarra de Artes Escénicas, su fundador y responsable de Interpretación, Javier Álvaro, destaca cómo “el espacio sagrado del ensayo sirve a los jóvenes para conocer formas de expresar sus inquietudes, de entrenar el conflicto desde la mentira y descubrir que todos esos ‘no puedes hacer esto’ que la adolescencia les ha impuesto se transforman en juego y en descubrir todo lo que pueden hacer”. “Sentirse creadores les sube la autoestima y les hace creer en su valía. Porque tienen mucho que contarnos aunque a veces a los adultos nos cueste oírles”, finaliza.