El culebrón deportivo del verano -siempre hay uno, y si no los medios madrileños se lo inventan, que de algo tienen que hablar- tiene un nombre propio indudable: Neymar. Uno de esos futbolistas del amplio grupo del segundo peldaño mundial, a la estela de Messi y Ronaldo, pero que en lo personal está en el furgón de cola, por su divismo y su facilidad para incendiar el vestuario más plácido. Por no hablar de sus cuitas judiciales por evasiones de impuestos. Todo el verano hemos visto su futuro como esas bolas que van de lado a lado en una mesa de billar: sigue en el PSG; no, va al Barça; no, al Real Madrid; no a la Juve... Nos dicen hoy (a saber mañana) que al final va ser el Barça. “Po’ fueno, po’ fale, po’ m’alegro”, que decía el ilustre vecino barcelonés Makinavaja. Cuando ya sea oficial nos lo cuentan, que muchos goles va a tener que meter el brasileño para compensar la paliza que nos han dado con él en los tres últimos meses.