hola, personas, ¿cómo va todo? Yo bien, gracias. Esta semana he salido pronto, para las 22.30 ya estaba en ruta y, por lo tanto, la ciudad aún estaba un poco más viva que otras noches. He llegado a la plaza de la Cruz y por la calle Sangüesa, ambas oscuras como boca de lobo, he salido a la plaza del Príncipe de Viana, la mayor de las glorietas del ensanche. Tiene casas de cierto empaque y una de mucho: la construida en los años 20 por don Toribio López en el nº 1. El numero 2 sufrió un recrecimiento de tres pisos que la dejó un poco mastodóntica pero sigue siendo una buena casa , el número 3 es edificio típico de Victor Eusa, ladrillo caravista y mucho hormigón que con el paso del tiempo se ha deteriorado considerablemente, el edificio pide a gritos peeling, lifting y unas infiltraciones de hialurónico, a destacar su portal con unos sencillos mosaicos cuyas teselas ajardinan el espacio con unos árboles desnudos. Cruzo la avenida de Zaragoza y llego al bonito edificio art- decó que ocupa la siguiente acera; dejo la plaza para seguir por Conde Olivetto, calle Tudela, calle Estella y llegar a Padre Moret, está bonita esa calle. Zona eminentemente castrense durante muchos años, tierra de nadie después y hoy relanzada a la vida ciudadana con el Auditorio Baluarte. La trasera del Parlamento ha casado muy bien con el nuevo conjunto y su gran plaza. He llegado a la esquina de Marqués de Rozalejo y no he podido pasar sin parar a admirar el enorme magnolio que la Mancomunidad de Pamplona tiene en el jardín de esa bonita casa de estilo mudéjar obra de A. Goicoetxea; la siguiente esquina no le tiene envidia, la casa de Martinez de Ubago en General Chinchilla es de los edificios más interesantes que tenemos, de los pocos art nouveau de la ciudad, se da la mano con la siguiente esquina, la de José Alonso número 4, obra del mismo arquitecto y preñada de ornamentos vegetales en todo su conjunto. Continúo Padre Moret hasta el final y por el punto exacto donde se encontraba el antiguo portal de taconera muy cerca de donde años después de su demolición se instalaron los HH Maristas con su colegio San Luis, donde estudió mi padre y tantos pamploneses, cruzo a la calle del Bosquecillo para pasar por debajo del rico portal de San Nicolás y entrar en el hermosísimo jardín de la Taconera, orgullo de la ciudad durante siglos. Hay un dato que no deja duda a esta afirmación, cuando la ciudad sufría de falta de espacio por el corsé que suponían las murallas a nadie se le ocurrió sacrificar la Taconera para edificar en ella, bueno, en una parte sí que se edificó ya que antes llegaban sus terrenos hasta Sarasate, pero la parte que ha llegado viva hasta nosotros fue siempre respetada, cuidada y querida. Me recibe musicalmente Don Hilarión Eslava desde su pedestal. Este monumento, obra de León Barrenetxea y Juan Quevedo, fue inaugurado en 1918 en honor de Pablo Sarasate y en él estuvo el busto del genial violista hasta que en 1964 fue sustituido por el de Don Hilarión, que está, por lo tanto, en un pedestal de segunda mano, incluso las partituras que lo adornan en sus laterales son del primer inquilino en vez de suyas. Digo yo que poco hubiese costado cambiarlas. Una matrona representando a Pamplona y abrazada a su escudo y unas figuras alegóricas de la danza completan la obra.

De pronto un chist, chist me sorprende, he vuelto la cabeza y he visto que era la Mariblanca que quería compañía, he ido hacia ella, la he saludado y me ha dicho que ella que reinó en Pamplona desde su trono de la plaza del Castillo en donde nunca le falto compañía, se ve muy sola en ese bonito jardín, y dice que el entorno es maravilloso pero que se siente como una anciana inservible y asilada. Razón no le falta. Pobre. La Mariblanca, ya sabéis, es el nombre popular que se le dio a la escultura que Luis Paret realizó de la diosa Abundancia para rematar la fuente que levantó en la plaza del Castillo en el S. XVIII y que en 1910 incalificables ediles decidieron demoler. Las copas ornamentales que el monumento tenía a cada lado son aquellas que os conté hace unos meses que estaban tiradas y olvidadas en el cementerio de cosas arrumbadas de Miluce. Y ahí seguirán por los siglos. ¿¡Es posible que a nadie se le ocurra cómo y dónde se pueden devolver a la vida algunos elementos antiguos y de mérito!?

He seguido por el salón central del paseo y lo he abandonado para ir andando junto a la barandilla que da al lateral de las Recoletas, la vista es bonita, la vegetación a la izquierda, los muros de clausura al frente y en el centro el incalificable Portal Nuevo, obra de Eusa de dudoso gusto pero que con esas luces y recortado contra el negro cielo por arriba y las miles de luciérnagas de la Rotxapea por abajo, resulta agradable de ver.

Siguiendo mi camino he llegado él en su parte alta, donde están esas torres con arcos y bóvedas encontradas que esconden esa magia que te permite hablar muy bajito contra una esquina y que se oiga en la contraria con buen volumen. Todos lo hemos hecho, ¿no? Por él he llegado a la plaza de la O, plaza recoleta y maltratada a lo largo de los siglos, nunca fue muy considerada. En realidad no fue plaza hasta 1908, año en el que derribaron el degolladero de cerdos que allí se encontraba, pero desde muchos siglos atrás fue zona paupérrima donde vivieron los auténticos parias de la sociedad pamplonesa, el barrio lo formaban calles desparecidas, fundamentalmente, por la construcción del convento de los Carmelitas descalzos, como Sobranza, Urainodia, Zacuninda o Arrias Oranza y en la plaza se hallaba el Hospital de Labradores.

La plaza yo la recuerdo siempre con cariño, era un sitio aldeano pero entrañable, su pequeña ermita la llenaba de sabor; hasta que un buen día de 1987 un ayuntamiento iluminado decidió que había que modernizar lo que nadie quería que se modernizase y se lo cargaron todo. La ermita no era ninguna joya, era falsa, del S. XX, pero estaba muy bien hecha, sustituía a una pequeña ermita, poco más que una chabola, del XVIII, donde se veneraba la enorme talla en piedra policromada de una virgen en estado de buena esperanza, como nos señala su abultada tripa, y que es venerada en el barrio desde muchos siglos atrás. Nuestra señora de la Esperanza, la Virgen de la O, llamada así por ser la O la letra con la que comienza la antífona del 18 de diciembre día de su celebración.

La pequeña ermita se formaba aprovechando un ángulo de la trasera de los descalzos y era blanca, de una planta, con sillares en la esquina, en su fachada una ventana con parteluz, una modesta portada con un arco de sillería en mediopunto, una aguabenditera y otro ventanuco, rematado todo ello en las alturas por una espadaña con su campana. Todas ellas piezas de época. No hubo piedad, la tiraron, fue sustituida por una torre alta, recta, impersonal y el entorno fue agredido de columnas, gradas, bancos y mil gaitas que por suerte ya no están, ahora la plaza está agradable, la ermita?no está.

He seguido por el paseo de ronda para salir a Santo domingo y por el recorrido del encierro enfilar para casa. Solo os diré una cosa: Santo Domingo olía a toro.

Ya falta menos.

Besos pa’tos.

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