El Dolmen de Faulo de Bigüézal ha cerrado sus puertas. El hecho ha generado en la zona la misma sorpresa que su apertura hace ocho años. El pasado domingo se apagó el horno definitivamente para el público. Aquel día, Rodrigo Barricart Luquin, su promotor y gerente, se propuso trabajar como un domingo más, tal vez para no dejarse llevar por la emoción del momento. ”No hubo tiempo ni para una despedida sosegada con un brindis. Apareció la nieve y provocó que la gente saliera deprisa”, Así lo recordaba en los dias siguientes en Bigüézal, con sus calles cubiertas de blanco.

Fue a este pueblo del Valle de Romanzado de apenas medio centenar de habitantes, a donde llegó años atrás. Allí supo que había encontrado su sitio. Trasladó su hogar con su pareja Faffaella Pezzoli Frau, de origen italiano. Construyeron la casa y en la planta inferior Rodrigo proyectó la pizzería. Entre él y su socio, Ángel Morató Sanfélix, echaron a andar un negocio impensable en un pequeño pueblo alejado de la carretera que lleva a los valles de Salazar y Roncal: un obrador de pizzas al que llamaron El Dolmen de Faulo. Tomaron el nombre del monumento megalítico ubicado en la sierra de Illón al que se accede desde Bigüezal.

Barricart importó la idea de su experiencia en el norte de Italia, donde vivió entre los años 2001 y 2006 y de donde regresó con el proyecto en mente. La aventura comenzó en 2016, tras la elaboración del plan y el proyecto (2014) y una vez obtenida la licencia de apertura (2015). “Fue un trabajo progresivo y no faltaron las dificultades. Pero nosotros estábamos totalmente decididos. Comenzamos con cinco gustos de pizza y acabamos con cuartenta, seis antipasti (entrantes) y 8 postres típicos”, rememora Rodrigo.

A la incredulidad inicial, le siguió pronto la fama del establecimiento familiar, artesano y con encanto. El obrador comenzó a proporcionar una rica y variada degustación de productos locales de calidad y de temporada, bañados con ricos vinos de aquí y de Italia.

A pesar de ello, Ángel abandonó el proyecto y entraron en escena Raffaella, Aitor e Ibai Barricart Páez, (hijos de Rodrigo). Ibai había sido el artífice del horno de leña y Aitor le dedicó seis años de trabajo y amable atención al público y a una clientela fiel hasta el final.

“La ilusión de la gente por la apertura y su comprensión han sido la gasolina que nos ha traído hasta aquí”

Rodrigo Barricart Luquin - Promotor y gerente del obrador El Domen de Faulo

“Empezamos depacio mientras aprendíamos. Las dificultades del comienzo se salvaron con la ilusión y la comprensión de la gente. Fue un estímulo muy grande, la gasolina que nos trajo hasta aquí. Hicimos clientes y buenos amigos”, celebra.

Llegaron de los pueblos de Aoiz, Navascués, Aspurz, de los valles de Roncal y Salazar, de Lumbier, Sangüesa, Domeño y Romanzado; de Pamplona, Tierra Estella y Donosti, de Madrid y por supuesto, de Italia, viajeros o residentes en Navarra.

“Venía gente atraída por el entorno natural, al monte, en familia, en grupos organizados y de los pueblos vecinos. Ha sido una ilusión contagiosa y hemos dado vida al valle”, expresa Barricart. Es una sentimiento que pesa a la hora del adiós. “Ahora tal vez soy más consciente de lo que ha significado El Dolmen de Faulo: una esperanza de vida en la Montaña y un lugar de celebración”, reconoce.

La decisión ha sido suya, afirma. “Tenía que crecer, la demanda me obligaba porque se quedaba mucha gente sin mesa. En un negocio que funciona hay que hacer nuevas inversiones y no era el momento”. La contratación y la “tremenda” presión fiscal, asegura, están también entre sus razones. “Cuesta mucho y seguir solo es complicado, sin compartir responsabilidades. Me hubiera gustado tener más apoyo”.

Raffaella, Aitor e Ibai Barricart Páez, (hijos de Rodrigo) Redacción DNN

El último tramo de la aventura lo ha hecho Rodrigo con la ayuda de su hijo y Raffaella más una persona empleada. “Contratar es un esfuerzo extra que no alivia porque sale de tu propio trabajo como autónomo. Además, si tengo que coger más gente, me salgo del modelo familiar y artesano”, comenta al tiempo que apunta el sacrificio y el esfuerzo de trabajar y vivir en el medio rural como otras razones de peso para cerrar.

Cuando se apagan las luces, brotan las emociones y surge inevitable cierta pena producida, en parte, por los cientos de mensajes recibidos que lamentan la pérdida. “Más de 600 y algunos muy emocionantes”, subraya.

Se queda Rodrigo con la satisfacción de haberlo intentado y conseguido, con haber dado un buen servicio, con lo bueno de las personas y dispuesto a enseñar y a traspasar su fórmula. Se queda en Bigüézal, rodeado de montes. Allí se detuvo su alma errante aventurera y creativa multidisciplinar avalada. Lo dice en su Canto a Bigüézal, una sencilla composición a la buena acogida otorgada.