En una noche gloriosa, no me acordé de Echeverría, Iriguíbel y Martín, de Rípodas o Lumbreras. De aquellos partidos de los años ochenta en los que el Barcelona salía vapuleado de El Sadar, cuando la mística del estadio envolvía todo lo que ocurría ahí adentro, en la hierba y en la grada. Mientras observaba los movimientos coordinados de los rojillos, su fidelidad a lo que había planeado el entrenador, el derroche de esfuerzos, la valentía con la que plantaron cara al mejor equipo de la Liga, mientras Osasuna escribía uno de esos capítulos para la historia, me asaltó el recuerdo del periodista Jesús Riaño. En sus crónicas, Jesús nunca olvidaba un capítulo que consideraba importante, más todavía cuando no podían seguirse todos los partidos por televisión: detallar los marcajes. En aquel fútbol que se jugaba por parejas hasta aburrir al contrario había que contarle al lector a quién marcaba Macua o quién perseguía a Bayona. Jesús pasaba un buen rato hasta componer todo el dibujo, discutiendo con los colegas más cercanos.

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Las notas de la gran victoria de Osasuna ante el Barcelona: Bryan pone el arte DIARIO DE NOTICIAS

Y el de ayer era un partido para su estilo de redacción, para destacar que Pablo Ibáñez oscureció a Pedri, que Aimar minaba el campo donde debía mandar Eric García, que Torró saltaba sobre Pablo Torre como un león sobre su presa, que Boyomo aburrió a Lewandowski hasta mandarlo al banquillo… Sin embargo, esa táctica, casi en desuso, no perseguía salvaguardar la portería de Herrera, poner el objetivo en un reconfortante 0-0; el planteamiento de Vicente Moreno buscaba robar el balón y salir zingando a territorio enemigo, no adormecer la pelota con una retahíla de pases sino ponerla a volar en diagonales y cambios de juego, hacer de los balones a la espalda de la defensa una estrategia en lugar de un eventual recurso.

Ese Osasuna al que Moreno vistió ayer (sin saberlo él o no, que ya es lo de menos) de equipo ochentero nos trasladó a un fútbol de antes, al de un Osasuna presionante, rápido, despierto, decidido y ambicioso incluso cuando ganaba por 4-1. La primera parte fue un canto a aquel juego de ida y vuelta, que no bebía de las estadísticas de la posesión de balón, que el único ataque en estático que conocía era el del balonmano, que no defendía en bloques altos, medios o bajos, que no adormecía el juego con centenares de pases en horizontal o hacia atrás.

El Osasuna de Moreno nos reconcilió con aquel pasado; apareció Budimir en la mejor versión de ariete, aquellos tipos que derribaban porterías a cabezazos; nos regaló Bryan Zaragoza uno de esos goles de galopada con los defensas tirándole dentelladas; todo el estadio vio el buzo de Torró, obrero de peonada, ladrón de guante blanco de balones que el rival pensaba que solo eran suyos, tercer central y primer centrocampista; y ese Areso, un tercio de lateral, un tercio de medio volante, otro tercio de extremo y maratoniano encubierto; y, en fin, la presencia de un Pablo Ibáñez, prototipo de futbolista discreto con vocación de delineante, de esos canteranos que están siempre ahí cuando pasan cosas importantes. Como la noche de ayer, uno de esos días que son una transfusión de sangre para el osasunismo. Uno de esos partidos que merecían una crónica de Riaño. Una victoria con fútbol como el de antes.

Confidencial

Llamadas y visitas para votar a Arozarena. Osasuna está desplegando todos sus recursos para conseguir apoyos (principalmente del centenar largo de clubes convenidos) a la candidatura de Arozarena a la Federación Navarra de Fútbol. Bien en primera persona por medio de técnicos que acuden a ver partidos o con llamadas telefónicas de personal de Tajonar, el club rojillo busca dar respaldo al proyecto. En algunas de esas conversaciones, los clubes han pedido tener más información de los planes de la candidatura para no dar el voto a ciegas.