Los socios del Gobierno municipal en Pamplona han resuelto uno de los dilemas que planteaba la legislatura. El futuro de Los Caídos era una asignatura pendiente del primer mandato de Joseba Asiron. Un reto y un problema de difícil gestión que la moción de censura, de la que se cumple un año, había devuelto a primera línea del debate. Dejar pasar tres años más no era una opción, así que algo había que hacer. Y se ha anunciado esta semana para decepción de las expectativas generadas y el enfado de las asociaciones memorialistas y buena parte de la base social de la izquierda.
Finalmente no habrá derribo, ni siquiera como opción en una futura consulta popular. Será una actuación parcial que pasa por tapar por completo la cúpula –está por ver cómo–, eliminar las consignas y dibujos franquistas que se mantienen en el interior, la desaparición de las criptas en las que estuvieron enterrados los golpistas Mola y Sanjurjo, de donde salieron ya en 2018, y la demolición de las arquerías exteriores. Junto a todo ello se creará “un centro de denuncia del fascismo y por la memoria democrática”, que se denominará Maravillas Lamberto, símbolo de la barbarie de la represión franquista.
La propuesta está todavía sin definir. Hará falta ahora un concurso de ideas que plantee soluciones viables dentro del marco fijado y posteriormente podría haber una consulta para elegir la opción mayoritaria. El proceso por lo tanto acaba de empezar, y vistos los plazos, será difícil que se pueda actuar antes de que finalice la legislatura.
Así que en realidad lo que se ha hecho esta semana ha sido descartar el derribo de Los Caídos. Una opción que realmente nunca ha estado sobre la mesa. No al menos en la del equipo municipal, consciente de que una operación de esas características tiene muchos riesgos y que, además, hoy por hoy tampoco era viable por múltiples motivos.
La intervención parcial, acompañada por una resignificación del entorno, es seguramente la única opción viable hoy por hoy.
De entrada porque no hay una mayoría clara partidaria de esa opción. El PSN siempre ha dejado claro que su apuesta es la resignificación y ha defendido argumentos para ello. Se podrán compartir o no, pero la posición socialista es coherente con lo que ha venido defendiendo antes y después de la moción de censura. Avanzar en memoria sin destruir ni generar crispación social.
Se trata además de una operación costosa para la que ahora mismo el Ayuntamiento no tiene financiación. Podría hacer pisos pero eso generaría otro tipo de contradicciones. El derribo implica además una operación urbanística general, allanar el desnivel y una reforma normativa que descatalogue el edificio, actualmente protegido. Y plantear una alternativa sería y viable que, más allá de un derribo simbólico pero abstracto, nadie ha propuesto todavía.
Gestión de las expectativas
El problema es que quienes ahora han tomado la decisión de resignificar el edificio durante mucho tiempo avalaron e incluso alentaron la opción del derribo. Así que el revuelo ha sido mayúsculo. Primero en las asociaciones memorialísticas, que siempre han reclamado la demolición de un monumento que ensalza la victoria franquista y supone una humillación para las víctimas. Pero también en las propias bases de los partidos que sostienen al Ayuntamiento, que ven insuficiente la actuación planteada.
La gobernabilidad exige pragmatismo en la toma decisiones, aunque estas en ocasiones acaben siendo decepcionantes.
Un malestar razonable que sin embargo tiene mucho que ver también con la gestión de las expectativas. El derribo es fácil de reivindicar cuando se está en la oposición pero difícil de realizar cuando se tiene labores de gestión. Y ahí al Ayuntamiento le ha faltado valentía. No tanto para acometer el derribo como para explicar, desde el principio, cuál era es escenario real y las alternativas posibles. Una claridad que sería exigible también para otros asuntos pendientes como la ordenanza del euskera, que un año después sigue siendo la que dejó el equipo de gobierno de UPN.
Quizá entonces sería más fácil entender y también explicar que la gobernabilidad requiere acuerdos y exige cesiones, pero que siempre será mejor que sostener principios férreos en la oposición. Es el juego de mayorías que al fin y al cabo estamos viendo en Madrid, en Navarra y ahora también en Pamplona. Pero que en el fondo no deja de ser un ejercicio pragmático y realista, aunque en ocasiones pueda resultar decepcionante.