La Navidad es un cóctel emocional inflamable. Lo mismo nos pone blanditos que tristones que como tirachinas. En Navidad los buenos deseos pueden aguantar lo que los abetos las calefacciones, dos semanas. Pero en estas fiestas también pintan bastos ideológicos. Hay más política en algunas sobremesas que en el Congreso de los Diputados. El primero que politiza la Nochebuena es Felipe VI, con su charleta en los preámbulos de la cena más especial del año. Abierta la veda borbónica hay quienes se sientan a la mesa como a una moción de censura. El cuñadismo ha forjado su leyenda en Navidades, bautizos y comuniones. Hasta la ONG Oxfam Intermón ha sacado unas fichas descargables bajo el título ‘Adiós cuñaos y pseudoexpertos’, y la promesa de “no más silencios incómodos en las sobremesas”. Un recurso para los próximos asaltos navideños.
Un pulpo
El sosiego se está poniendo a precio de Maserati, y entre rayos y centellas los tormentones ideológicos confunden al más pintado. Pero por más truenos que haya, creerse que el feijóoabascalismo nos devolverá la tranquilidad, el flow y el feng shui político, es aceptar pulpo como animal de compañía; o en castellano castizo, tener más cuento que Calleja. La derechona viene a inflarse y a marcar época.
Creer que esta derecha nos devolverá la tranquilidad, el ‘flow’ y el feng shui político es aceptar pulpo como animal de compañía
Parte del ruido contra este Gobierno se ha debido a una amnistía sin terminar de consumar. Sin la Moncloa ‘los catalanes’ siempre han sido el escalón al que subirse. Contra González, contra Zapatero y contra Sánchez. El PP se entendió con Convergència cuando le convino. Y Feijóo sería capaz de montar otro Majestic mañana mismo, y de bailar la sardana y de abrazarse a Puigdemont en Girona si eso le diera el billete monclovita. Pero está atado a Abascal.
El cinismo es un elemento político de primer orden. Pero el PSOE, que por algo está más al centro que el PP, lo mismo negocia con Junts y con Esquerra que con el PNV y con EH Bildu. La baraja se ha ampliado, con diversidad inédita, de cierto simbolismo plurinacional, que alarma al monopolio más pijo y cejijunto. Esa Brunete acorazada que el nacionalismo español lleva inserto en su hipotálamo, y que genera tantas migrañas.
Estrenamos cuarto
En 2026 se cumplirán 25 años del 11-S y del inicio de la mutación presidencial de Aznar. Desde la boda de El Escorial Aznar busca reafirmarse ante los suyos. Como expresidente primero intentó marcar a Rajoy, luego a Casado y después a Feijóo, el presi de Mazón. Esta semana entraremos en el segundo cuarto de siglo XXI y el momento recuerda a la agonía de Felipe González. Pero la legislatura 1993-1995, que comenzó un mes de julio, quedó clausurada un 27 de diciembre, en plenas Navidades. Pedro Sánchez está cerca de aguantar más que aquel González declinante, y en mes y medio superará a Zapatero en días de Gobierno.
Si sobrevive Sánchez –que lo tiene crudo– caerá Feijóo, y hakuna matata para el isabelismo madrileño reinante, que viene de unos meses de montaña rusa. No minusvaloremos la considerable capacidad autodestructiva de esta derecha, tan católica, tan española y tan estupenda, tendente a estrellarse a lo grande, con obleas de campeonato y resquemores elefantiásicos.
En fin, ya lo ven, a menudo la política es insufrible, pero también un adictivo culebrón entre siestas. Que todos y todas lo veamos con salud en 2026. Y a ser posible, con más serenidad. Que la hipertensión es muy mala.