El fútbol es terco. Me explico. Fichas a un entrenador porque entiende el juego de una manera diferente, más alegre, más vertical, menos rígida en las exigencias de movimientos para atacar, porque puede enganchar a una hinchada que valora la valentía y repudia el conservadurismo. Pero los cambios requieren tiempo, conocimiento de los futbolistas y palpar hasta dónde puedes interpretar tu libreto al pie de la letra. Comentaba tras la derrota en Sevilla que Lisci se enfrenta a un dilema, a decidir entre lo que persigue hacer con Osasuna y lo que en este momento puede llevar a la práctica. Ya hemos comprobado que en estas ocho jornadas no le ha salido un partido redondo: primeras partes intensas, segundos tiempos confusos y noventa minutos tirados a la basura en La Cartuja.

Es lógico que sean muchos los aficionados que se preguntan ¿a qué juega Osasuna? El entrenador ya expuso al frente del Mirandés sus gustos, otra cosa es si puede aplicarlos en Pamplona. Me escribía a principios de agosto un impenitente osasunista que hace doscientos kilómetros cada vez que los rojillos juegan en El Sadar (que además fue deportista olímpico, por más señas), algo que quiero compartir aquí: “Tengo la impresión de que el patrón que quiere implantar (Lisci) no tiene sentido en un equipo hecho y que tiene carencias por el traspaso de un lateral profundo y un delantero de banda rápido. El modelo del Mirandés no sirve para este Osasuna. Es de imposible implementación. El tipo de jugador (los Gorrotxategui y compañía, jóvenes y con hambre) nada tiene que ver con lo que hay en nuestro equipo. Vi al Mirandés el pasado año varias veces y su éxito tuvo que ver con un despliegue físico de jugadores jóvenes que perseguían su sueño de ser futbolistas. Ese no es el caso de Osasuna, con jugadores consolidados. Bueno, esperemos no tener que arrepentirnos del experimento”.

El partido de este viernes no resolvió esas dudas, aunque los tres puntos conceden un amplio margen de sosiego a la hora de que el numeroso cuerpo técnico analice lo que ha ocurrido en estos dos primeros meses. Se ha ganado un partido y algo que es casi igual de importante: tiempo. Estoy de acuerdo con el autor del mensaje en las diferencias entre el perfil de jugadores del Mirandés y los de Osasuna. También la responsabilidad de aquellos es menor, eran la mayoría gente de paso, en una estructura de club menos tensionada que una entidad de Primera división en la que ganar o no ganar lleva aparejadas consecuencias que exceden del campo de juego. No hay que explicárselo a Lisci, que tuvo una corta experiencia en el Levante pero que fue como un Máster de liderazgo y dirección de grupos. Esa experiencia le debe ayudar a interpretar este momento en Osasuna.

Decía al principio que el fútbol es terco. Quieres superar al contrincante examinando tácticas, alternativas de dibujo, moviendo a jugadores como peones en un tablero de ajedrez, refrescas esquemas con los futbolistas que entran al partido y hasta miras de reojo al otro entrenador para ver por dónde te quiere engatusar. Buscas un Osasuna que enganche y salga adelante por otras vías a las puestas en práctica los últimos años para acabar poniendo el estadio patas arriba con lo mejor que sabe hacer este equipo: la épica y el juego a balón parado.

El gol de Bretones nace de una falta en la que Víctor Muñoz porfía por la pelota más que los agresivos defensores del Getafe; y el tanto del triunfo llega en un saque de esquina del más eficaz asistente, Rubén García, y en el remate a tumba abierta de un Catena cuestionado tras su error ante el Betis. Es cierto que eso se ensaya, pero a Osasuna le sale bien cuando además pone intensidad, ambición, valentía, coraje y ese espíritu irreductible de supervivencia que le ayuda a salir adelante cuando las cosas amenazan con enredarse. Y esto es lo que acaba sosteniendo el proyecto de cualquier entrenador de Osasuna.