“No. No somos generosos, el generoso es él. ¿No ha sido el destino generoso conmigo naciendo con un padre y una madre que me han querido y sacrificado por mi? La vida ha sido generosa conmigo, ¿por qué no serlo nosotros?, solo es devolver algo que te han dado. Yo he elegido que me cambie la vida, pero a él se la cambiamos nosotros, que somos unos extraños. Él es generoso al querer compartir su vida con nosotros”. Joaquín y Begoña destilan bondad y seguridad en sus decisiones, sentados en la terraza de su casa en Fontellas. Mientras su hijo de 13 años prepara la caña para ir a pescar con los amigos, describen lo que ha sido su vida desde 2012 cuando decidieron entrar en el mundo de la acogida y recibieron, con los brazos abiertos, a un pequeño de 3 años que llegaba con muy poco equipaje, pero con una “mochila” importante.

“Todos vienen con una mochila llena de piedras. Unas pesan más y otras menos, a más edad, más pesa la mochila”, relata Begoña. Su acogimiento es judicial, ya que fue la administración quien decidió retirar la custodia a los padres y una jueza tuvo que demostrar que los niños no estaban viviendo en condiciones. “En nuestro caso es un acogimiento permanente, otros son temporales, de urgencia y ahora han puesto en marcha de fin de semana que para empezar están muy bien. Pero aún así en Navarra estamos a años luz del País Vasco o de Madrid, donde hay acogimiento de 5 días entre semana para tengan un entorno donde poder estudiar”.

Como indica la asociación Magale “es difícil, pero hay que pensar sin egoísmo que con sus padres biológicos es donde mejor están, siempre que éstos reorganicen sus vidas dignamente. La realidad nos enseña, sin embargo, que pocas veces vuelven con sus padres y el acogimiento se convierte de provisional en permanente”. Así lo confirma Joaquín, “la primera reacción de todo el mundo es la misma, ‘¿y si se lo llevan?’. Pero es que el niño o la niña no son tu propiedad y además si le das tres años de vida familiar... eso es lo que se lleva, sean 3 meses, 3 años o 30. Si puedes darle los suficiente para que sea una persona con un desarrollo pleno, fenomenal. Todo lo que le des es bueno, porque la vida no le estaba dando esa oportunidad. La finalidad del acogimiento es que vuelvan a su familia. Ése es el objetivo, otra cosa es que se pueda realizar siempre”.

El inicio

El caso de esta familia ribera comenzó hace 11 años. “Vengo de una familia numerosa, tenemos dos hijas, una de 21 y otra de 25. La segunda nació con una enfermedad rara, y me quedé con la idea de tener más hijos. Teníamos una amiga que trabajaba en el Gobierno de Navarra haciendo los informes de la situación en que vivían los menores y me quedé impactada. Mis hijas no querían porque luego se llevaban a los niños y lo dejamos pasar”, explica Begoña. Sin embargo esa misma Navidad sus hijas le dejaron una carta bajo el árbol como regalo en la que le decían que ya estaban preparadas para tener un hermano en acogida, “ya le puedes decir a tu amiga que inicie los trámites”, y comenzaron a dar los pasos. Dentro de sus preferencias decidieron que fuera un niño de entre 3 y 5 años y al poco tiempo les llamaron proponiéndoles que acogieran a tres hermanos, pero dijeron que no. Finalmente les indicaron que había un pequeño que necesitaba acogida y que entraba en sus indicaciones.

Con 3 años y 3 meses, el 21 de diciembre de 2012, un niño “muy moreno, muy guapo y sin normas” entró en la casa para comenzar a vivir una nueva vida. Por supuesto que los inicios no fueron fáciles y poco a poco descubrieron algunas de esas piedras que llevaba en su mochila: miedos, desorden, temores a la oscuridad o la música y detalles a los que fueron encontrando explicación. Pero la familia fue dando pasos, grandes pasos y avances significativos que, como sucede en la mayoría de los casos, se esfumaban como el humo cuando iban a las visitas con la familia biológica donde algunas de las piedras volvían a aparecer en su mochila. Al inicio iban cada mes, luego cada dos meses, pero ahora hace 4 años que la madre biológica no ve a sus hijos y casi 10 que no lo hace el padre. “¿Si volviera atrás acogería o adoptaría? Siendo egoísta adoptaría, porque hay un régimen de visitas y todo el trabajo que haces con él llega la visita y se cae. Se enfrenta a su pasado y no quieren. A los pocos años de venir se enfadó mucho porque en casa no había fotos de cuando era pequeño. En una de las visitas le pedimos a su madre biológica, pero cuando las vio como estaba mal no las quiso”, relata Begoña.

Su familia era de 5 hermanos, de los que los dos mayores (porque entonces tenían más de 7 años) tuvieron que ir a un centro, mientras que los tres pequeños (dos niñas y él) encontraron familias de acogida. Con sus dos hermanas y su familia de acogida mantienen un contacto habitual, cumpleaños, visitas, comuniones… y más esporádico con sus hermanos mayores que viven en Pamplona. Lo que al principios eran relaciones distantes con Begoña y Joaquín de los dos mayores se ha ido convirtiendo en encuentros cordiales. “Con sus hermanas biológicas nos vemos pero al mismo tiempo guardamos las distancias porque tanto ellas como nosotros tenemos que formar una nueva familia. El mes que viene es el cumpleaños de la pequeña e iremos al pueblo. Ellos saben que son hermanos, que están y que los van a tener siempre”.

Hay tres rasgos que suelen marcan y definir a todo niña o niño que ha estado inmerso en un proceso de acogimiento, “suelen tener déficit de atención, facilidad para inventar y tienen siempre metido en la cabeza que cualquier día pueden llevárselo de su nueva casa. Es una sensación que nunca se va, sensación de abandono, aunque le repitas que no va a ser así”, afirman.

La burocracia

Tanto Joaquín como Begoña creen que las dificultades que viven en el día a día podría mitigarse con mayor ayuda de la administración con más atención y personal, y comienza a relatar todas las dificultades bucrocráticas que ha tenido en estos 10 años, pequeños trámites que se convierten en enormes castillos que parecen inexpugnables y que solo la constancia, y el amor de ambos por su hijo, consiguen derribar. “Si me ocurre algo un fin de semana con el niño no tengo a quien dirigirme. Si se escapara no hay un teléfono donde llamar”.

Algunos de los ejemplos que pone este matrimonio fontellero son el vacío legal que hay en el acogimiento ya que si fallecieran los nuevos padres, “mi hijo no ve nada. Puedo nombrar un administrador testamental, que son mis hijas, que gestionará lo que deje, pero paga impuesto como extraño y mis hijas no”. Para su formación y crecimiento han contado con el apoyo de un psicólogo desde que llegó (Jesús Puertas de la Asociación Andar), que han buscado y pagado ellos, y tampoco pueden acceder al historial médico de su familia cuando han de acudir a un centro de salud para hacer a su hijo pruebas de diabetes o buscar ellos la partida de bautismo para que hiciera la primera comunión. Pero cuando peor lo pasaron fue en Londres, “me fui con una amiga y estuve retenida. Tenía su pasaporte individual pero claro no coinciden los apellidos. Tengo un documento en el que pone que tenemos la tutela, pero solo en castellano. Lo solucionamos y tras el viaje pedí al Gobierno que me lo hicieran en inglés y me dijeron que no. Tuve que ir a un traductor jurado y pagarlo yo”.

Un niño o una niña, para su desarrollo físico y emocional, necesita sentir cariño, tener cuidados, alimentación y educación algo que le ofrece la nueva familia mientras la de origen no pueda hacerse cargo. Es ofrecer una nueva oportunidad, una nueva vida que ponga las bases para que sigan adelante con las mismas posibilidades que el resto de niños y niñas. Begoña y Joaquín no han dejado de sentir en este tiempo “el apoyo incondicional de Magale, de Agintzari (cooperativa de iniciativa social), de SAFAYA (servicio de apoyo a familias acogedoras y adoptantes) y en nuestro caso de la Asociación Andar”.