ecuerdo cruzar la puerta de acceso por la sobria fachada principal, los anuncios de gaseosa, el olor fresco de la hierba, poco más. ¿Por qué unas imágenes, unas sensaciones, quedan prendidas en la memoria a edad temprana y otras no? No puedo rescatar los días anteriores ni los posteriores a aquel primer encuentro con Osasuna, pero esa lejana tarde en el campo de San Juan me ha acompañado hasta hoy. El primer día de algo que iba a estar conmigo toda la vida. Recuerdo el partido inaugural en el Sadar, la localidad en la esquina de Graderío sur con Preferencia, el olor a humo de Farias esparcido como un ambientador, los duelos en Tercera con medio campo vacío (me cuestionaba cómo sería con todas las localidades ocupadas), el acontecimiento que suponía observar en un partido de Segunda a futbolistas de la colección de cromos del año anterior, las colas ante la taquilla, a Ostívar ejecutando el fallo imposible echando el balón fuera a un palmo de la línea gol, a Bosmediano recién llegado del Tudelano, los partidos en Ejea y Calahorra, los póster a color que publicaba el diario AS coincidiendo con algún ascenso de Tercera. Y me pregunto ¿qué tipo de fidelidad es esa que te empuja a regresar al escenario de tantas decepciones? Recuerdo la victoria ante la Leonesa, el partido contra el Castellón antes del final en Murcia, y Murcia un domingo de junio, y aquel Osasuna-Las Palmas que certificaba que era cierto, que estábamos en Primera. Recuerdo las tardes en Graderío sur, el pacharán en vasitos de plástico, las primeras bufandas con los colores del equipo, y luego apretujarse en la vieja cabina de prensa, y la primera crónica, y vivir una permanencia dentro del vestuario, hacer un viaje de ida y vuelta a Waregem con la sola pausa de asistir al partido. Recuerdo la emoción de presenciar en directo el 0-4 en el Bernabéu, a Urban en Stuttgart y también en Las Gaunas, y escucho el manto de silencio que cubría el exterior del estadio tras el 1-1 con el Hamburgo, y me conmueven aún las lágrimas infantiles de la final de Copa. ¿Es oportuno transmitir a los hijos la inclinación por un equipo de los que no gana siempre, lo hemos pensado bien o ya lo traían en el ADN? Recuerdo el día que encontré en la hemeroteca la referencia escrita del primer partido de Osasuna en su historia y que hacía trizas la fecha establecida durante años como la de su fundación (17 de noviembre), y lo que vino después en forma de generoso regalo con los documentos de la asamblea de la Sportiva, y descubrir el nombre del primer presidente que no figuraba en ninguna relación, y después rescatar la memoria de Eladio Cilveti y la de Natalio Cayuela. Recuerdo la tensión en la redacción siguiendo por el ordenador el partido de Sabadell y amanecer en la Plaza del Castillo tras el ascenso en Girona. Y recordaré siempre el día de ayer, como lo recordarán miles de osasunistas; porque dentro de la imposibilidad de celebrar el aniversario, el triunfo ante el Athletic -y aunque fuera otro el rival-, asociar una fecha tan señalada con una victoria en el terreno de juego cuando la historia está plagada de centenariazos, todo ello supone otra carga positiva en la memoria. Tirando de ella he intentado resumir en recuerdos la historia de Osasuna, y llegado al final constato que es un fragmento importante de mi propia vida. Y no es necesario que me pregunte por qué.