La figura del doblador en los encierros apareció en Pamplona pocos años después de la inauguración de esta plaza de toros en 1922. Consta que al comienzo de la década de los años 30 del siglo pasado la Casa de Misericordia cuenta en sus filas para esta labor con el primer especialista concreto para esta labor Pedro Chaverri, conocido posteriormente y durante décadas como ‘Chico de Olite’. Fue el primer y gran doblador del encierro y maestro de todos que le continuaron. En el desarrollo de este capítulo fueron de gran ayuda varios autores de la tauromaquia pamplonesa. Entre ellas y de modo especial el libro del 75 aniversario de la plaza y que la Casa de Misericordia encomendó al periodista Fernando Pérez Ollo. Y en el momento de ultimar esta publicación vino de perlas el reparar en el precioso y muy bien documentado trabajo que Jaime Esparza Vierge publicó en la revista del Club Taurino correspondiente al año 2021. Sin duda, se agradece a Esparza ser fe de ausencias y corrector de algún dato en este apartado tan importante en la vida taurina de la capital navarra.

Dobladores intentando disuadir al animal. Ochoa de Olza

Cabe recordar que la figura y el nombre de doblador ya existió antes en las corridas de toros. Se mantuvo esta labor lidiadora en las corridas de toros bien entrado el siglo XX. Eran auxiliadores de los picadores, banderilleros y toreros profesionales ante distintas dificultades en la lidia. La principal fue la de ‘echar un capote’ ante toros que desarrollaban sentido, agresivos, aquerenciados y huidizos en los primeros tercios. En situaciones de peligro o necesidad intervenían con el capote a una mano para cambiar las embestidas de los toros en momentos de peligro. De ahí viene el nombre de doblador.

La labor de los primeros dobladores en los encierros dejó pronto de ejercerse con lidiadores profesionales, normalmente banderilleros de los toreros contratados en la Feria de San Fermín. Los peones asalariados no querían exponerse en exceso habida cuenta que por la tarde tenían que hacerlo por el coletudo que le había contratado. Los nuevos dobladores se centraron en la labor de los encierros y entradas del ganado a la plaza desde las calles. Y tuvieron que incidir aún más en un esencial fundamento: el no poder realizar ningún movimiento de torear o quebrar a los animales. El capote, normalmente utilizado a una mano, sirvió y sirve para llamar la atención de los toros y conducirlos en línea recta en dirección hacia los corrales para completar, eso, el encierro. Al toro hay que mandarle y conducirle son la mayor suavidad y templanza posible, evitando que no aprenda qué son los engaños y que no se dañen lo más mínimo. Esta tarea requiere una buena condición física y un conocimiento del comportamiento de las reses de lidia. Pero aún más, a la precisión y valor hay que añadir el que el doblador tiene agudizar todos sus sentidos para tener una visión periférica próxima a los 360º para solucionar los imprevistos y peligros que pueden provocar los cientos de personas que habitan el ruedo en cada entrada.

Dobladores 'Rubio' y 'Piqui' en el año 1982. ARCHIVO

En esta publicación por el Centenario de la Plaza de Toros Monumental de Pamplona no podía faltar un espacio para todos los dobladores del ayer y de hoy. Sin duda, son el apéndice espiritual de San Fermín y su capotillo y el más alto escalafón de la tauromaquia popular pamplonesa. Toda la población, aficionada o no a los toros, les tiene en muy alta consideración. Sin duda, son un ejemplo simpar de lo que es: bondad, equidad, verdad, mérito y eficacia. No son otros que los valores necesarios para lograr una sociedad en paz, de respeto y libertad.

Fernando Pérez Ollo habla en su libro del 75 aniversario de esta plaza de toros de que ya en el año inaugural de la plaza, 1922, la Meca ya tenía asignados para esta labor a Matías Aznar ‘Armillita’ y al pamplonés Gregorio Yanguas ‘Zapata’. De Aznar no se sabe más, pero sí de ‘Zapata’ que es mencionado en informaciones de 1930 y 1932. No sabemos si este coincidió con Pedro Chavérri, del que se duda sí se incorporó como doblador en 1930 o en 1933. También aparece de modo confuso por aquella época, 1929 y 1931, el nombre de Cecilio Barral, que fue un novillero sin origen claro; y los de otro Aznar, en este caso Gregorio, un tal ‘Almensilla’ y M. Domínguez, Dominguín’.  

En cualquier caso, uno de los impulsos para establecer la figura del doblador en la plaza de toros fue la tragedia acontecida a del julio de 1927, día en el que en el encierro fue corneado mortalmente Santiago Martínez Zufía. La cogida mortal fue en el propio ruedo. Desde el establecimiento de esta nueva plaza el número de corredores fue en aumento y el ruedo cada vez se poblaba de mayor número de corredores.  Preocupados por la seguridad, los organizadores incorporaron, como ya se ha dicho, a algunos profesionales, principalmente banderilleros, para que, capote en mano, controlaran la llegada de la vacada al ruedo, que lo atravesara lo más rápido posible y la encerrara lo antes posible en los corrales. Con las primeras muertes en el encierro, la de Esteban Domeño Laborra en 1924 y la Santiago Martínez Zufía los organizadores y autoridades decidieron incorporar el control del encierro en la plaza a banderilleros de prestigio, como ‘Blanquet’ y ‘Zocato’. Incluso, pudo hacerlo el propio matador de toros Ignacio Sánchez Mejías

LOS PASTORES DEL ENCIERRO 

Otro aparado especial merecerían los pastores del encierro, que son la garantía de que la carrera matutina se desarrolle según su cometido y sus normas. Además, estos pastores son los responsables del complejo manejo del ganado en el laberíntico entramado de los corrales de la plaza durante todo el día. En la plaza, desde el encierro, el manejo es continuo: apartados por corrales, mansos, sobreros, suelta de vaquillas, festivales y concursos mañaneros, reconocimientos, sorteos, apartado y enchiqueramiento, y los festejos vespertinos de lidia y muerte. A lo que hay que añadir todo lo referente a los corrales del gas, los encierrillos y los corrales de Santo Domingo.

Doblador Manolo Rubio. 13 de julio de 1976. ARCHIVO

Entre los numerosos pastores pamploneses cabe recordar por su antigüedad y longevidad a Germiniano Moncayola Resa (1900-1991), natural de Arguedas y pastor en la ganadería tudelana de Alaiza desde que era un niño y, más tarde, reconocido mayoral hasta 1938. Ejerció de pastor de los encierros de Pamplona entre 1929 y 1945, donde dejó imágenes imborrables con una vara en la mano derecha y una blusilla en la izquierda. El doctor y taurino Saturnino Napal Lecumberri repara en su libro ‘Navarra tierra de toros’ (2001) en este mítico pastor ribero y prolonga su elogio a todos los pastores que han intervenido eficaz y felizmente en el encierro de Pamplona. Loas que extiende desde los más antiguos a la decena de ellos que siguen hoy en día acompañando a las toradas y velando por el buen discurrir de todo en cada encierro con una sola vara de fresno, pero, como Moncayola, con todo su corazón. Napal incorpora al efecto las líneas publicadas por José María Iribarren en el periódico ‘Navarra’ del 16 de julio de 1932. Palabras que el escritor tudelano dedica a Moncayola a propósito de un recorte suyo en uno de los encierros de Pamplona de ese año. Dice el escritor tudelano: ‘Ese pastor chaparro y corajudo, tenía que ser forzosamente de la Ribera, su nombre huele como un tomillo, a sotos y a Bardena. Tenía que haber nacido en la Ribera este pastor de toros, recio, moreno del sol bardenero, templado de nervios como una guitarra de jota. Ese mayoral treintañero cuya camisa blanca reluce entre los cuernos, tras la riada de los valientes, en las mañanas ungidas de emoción, de los encierros de Pamplona. Que hace seis días, cuando la tragedia signaba de emoción los Sanfermines, robó al toro su presa, coleándole, y lo tuvo sobre la arena removida del callejón con la bravura de un urso de epopeya y la belleza arcaica de un bajorrelive celtíbero. Que cuando el toro alzóse, se lo llevó a la plaza prendido en los vuelillos de su blusa, indiferente al clamoreo que levantó su hazaña: como diciendo a todo aquel gentío: Así hacemos las cosas ahí abajo’. 

Otro pastor, Agustín Uztarroz Gárate, natural de Arguedas, pero descendiente de familia ganadera del Valle de Roncal, mayoral de la gran ganadería de la familia Díez, de Funes, fue otro grande de los encierros en los primeros años de la nueva plaza. Su fama en el campo, calle e, incluso, en la lidia en el ruedo, trascendió hasta el punto que su figura fue la protagonista principal de cartel de la Fiestas de San Fermín de 1924. El 11 de julio de 1922, protagonizó la proeza de llevar hasta los corrales de la plaza a un toro de Santa Coloma que, citado imprudentemente por un hombre, había saltado una barrera en lo corraleta de Santo Domingo, cayendo hasta el Arga. Una vez conducido a la plaza de toros con la compañía a caballo de los mayorales de Santa Coloma, Miura y Villar.  En la salida de los manos al ruedo, el manejo se complicó al escaparse de los corrales un toro embolado del hierro de Díaz, destinado a la suelta para aficionados después de los encierros. A los tres días, el animal apareció en ‘El Recuenco’, finca de Calahorra de la que procedía y propiedad del ganadero navarro Cándido Díaz.

Dobladores en la plaza en el año 1980. ARCHIVO

El origen ancestral del pastor de reses bravas está en la labor de trasladar las reses desde el campo o las dehesas hasta las plazas de toros de las localidades donde se fueran a dar las funciones de toros.  Este tan rudo como bello trabajo, que requería de muchos profesionales y largos y complicados trayectos, cayó en desuso con la llegada del ferrocarril y la generalización del transporte por carretera. Sin embargo, su figura en el encierro pamplonés y en otros donde se corren los toros de lidia por las calles no terminó de desaparecer y ha acumulado cada año mayor y fundamental importancia.

En la actualidad hay entre ocho y diez pastores en el encierro. Ataviados con uniforme identificativo y portando una vara, cada uno tiene asignado su tramo de carrera y se van relevando cada 100 metros aproximadamente. Corriendo tras los astados, su misión es procurar que la manada no se disgregue, evitar que los toros se vuelvan, y mantener alejados a los mozos que corren detrás de un toro suelto.

Los pastores son expertos en manejar ganado y recortarlo, si fuera preciso.  Un capítulo importante de cualquier estudio sobre el encierro de Pamplona merece reseñar y ahondar en su amplia nómina de sus pastores. Queda pendiente el desgranar el nombre y datos de todos ellos, mas lo colosal de los datos de los cien años de esta plaza solo nos permite en esta ocasión detenernos en las trayectorias de los dobladores. Así los Uztarroz, Merino, Reta y tantos otros serán puestos en el gran valor que se merecen en una próxima cita con la memoria sanferminera y pamplonesa.

NÓMINA DE DOBLADORES

Dobladores del encierro de Pamplona desde 1930 hasta 2019 (pincha en cada nombre para ampliar la información):