Nos levantamos muy temprano. La noche en la sierra con la calefacción a pleno pulmón es agradable. Anoche regresamos a nuestro hostal de montaña un poco tarde. Veníamos de cenar en San Agustín de Guadalix con el ganadero Pablo del Río, hijo mayor de Victoriano, hombre ya entrado en años que lleva cuarenta años de titular de su casa, situada en el término de Guadalix de la Sierra. La cena de lujo nos dio para pasar un agradable rato charlando sobre todo lo ocurrido en el viaje.

Allí, nuestro querido anfitrión nos preguntaba por todo, y quedaba impresionado por nuestras buenas sensaciones tras ver todos los toros de sus compañeros de ruta para el próximo San Fermín. Una a una fuimos desgranando cada ganadería y comentándole nuestro parecer sobre unas y otras, y tras sus palabras anunciando que lo que veríamos al día siguiente nos iba a gustar, fuimos desentrañando cómo se irían conformando los carteles y los posibles días, sabedores que no nos equivocaremos mucho de lo que luego ocurra en los diez días de abono. Pasar muchos días en el campo, visitando y hablando con docenas de personas del mundo taurino abre mentes, y demuestra la máxima que reza “nunca te acostarás sin saber una cosa más”. Para las nueve de la mañana estamos en marcha.

El Palomar

A finales de febrero en esta zona lo normal es ver nieve por doquier, pero el día, fresco eso sí, ha salido despejado. El sol matinal enseña la zona, con pueblos llenos de urbanizaciones, y muchos pantanos que dan de beber al monstruo inmenso que tenemos por capital de España. En medio de esa zona, en un entorno ya conocido por las muchas veces que llevo relatando su ubicación, se encuentra El Palomar, finca donde los toros de esta casa viven tranquilos, entre muros de piedra, rodeados de domingueros diarios. Allí estamos plantados esperando a Pablo, mientras retratamos los primeros toros que tenemos junto a la casita serrana. De hecho, cuando el ganadero nos guía por sus cercados, paramos más cerca aún de la manada que guarda la casa, ya que entre ellos se encuentra uno de los probables del lote que más nos interesa. Y ya en marcha, dos horas por delante nos hacen visitar todo lo que allí habita, que son toros y novillos que este año serán de la partida, además de vacas pendientes de aprobación. Ya nos avisa que a mediodía tenemos tentadero. Viene el novillero Chinarro, que va a tomar la alternativa enseguida, en Las Fallas valencianas, pasadas ya.

El chico de Miraflores de la Sierra, localidad que nos queda enfrente es uno de los mimados de esta casa. Y con gusto recibimos la invitación mientras seguimos entre los grandes cercados de piedra que ocupan este hermoso y austero paraje. Recorriéndolos, en busca de cada uno de los señalados por los veedores de la Meca, vemos unos cuantos lotes preparados para el año. Esta ganadería, puntera, siempre entre las primeras, por no decir que es la más grande de las de hoy en día, tiene unos cuantos compromisos de élite, y para cuando toque llegarse al Gas, Valencia, Sevilla, Madrid por partida doble, amén de otras reconocidas plazas ya habrán sido del gusto de públicos y diestros. Casi todos de los de elegir el toro. Pero toca ver lo apartado para llegarse a correr por nuestras calles. Y allí, como si uno viera dos ganaderías distintas dentro de las mismas corraletas, mira lo previsto, un decena de animales de elevadas hechuras y abiertas cuernas, que ya en febrero rezuman presencia, y nos damos cuenta que los mandones de los de a pie llaman a esto hacer un esfuerzo. Qué os parece, nos pregunta.

Los lotes

Que los principales del elenco toreril se apuntarán a otras casas, le respondo. Y no porque sean unos mostrencos le dije esas palabras, sino porque ver en la sierra de Madrid, en pleno febrero, unos cinqueños y cuatreños de ese calado, me dice que para finales de junio, cuando lleguen a la Rotxapea, serán de los lotes más fuertes. Siempre que la primavera acompañe, que esto no es tan sencillo. Viendo un colorao que se nos encara, dos negros que se buscan entre ellos y nos hace intervenir con el vehículo a modo de ariete, un castaño que apenas cuatro metros de la ventanilla toma forma en nuestras mentes de lo que debe ser ponerse delante y alabar el increíble esfuerzo de hacerlo, amén del resto de negros apuntados nos da charla para dar la razón al ganadero de las palabras que nos decía en la cena.

Feria

Tiene también un atigrado que se dice, un castaño chorreado mejor dicho, que igual tiene algún pero, claro está respecto a lo bien rematados que están el resto, si es por poner alguna pega. De hecho, Pablo, que lleva ya década y media siendo parte de la Feria del Toro, siempre nos alienta a que rebusquemos dudas posibles, y continuemos indicándole opiniones sobre lo que se exige en Pamplona, las cuales anota en su mente y agradece. Ese es bizco, aquel lo dejaba que parece culipollo, ese de Madrid es un taco que mejor vendría emparejado con los nuestros. Frases así que suelen tener en cuenta y valoran con los veedores hasta llegar a los siete u ocho que viajarán en el camión con su mayoral. En las fotos veremos luego la confirmación de lo comentado en el todoterreno.

Echamos, un día más, una gran jornada, con un magnífico anfitrión y su familia que nos tratan como a príncipes, pero los kilómetros deben continuar. Ya solo nos queda visitar Lodosa, pero eso ya lo haremos tras haber dormido unos días en nuestra casa. Por eso, las menos de cuatro horas que nos quedan sirven para hace balance del viaje más largo de los que nunca hemos realizado juntos, con una docena de casas ganaderas visitadas, no solo las nueve del abono sanferminero, y con 3.300 kilómetros a nuestras espaldas por toda España, uno de los lugares más impresionantes del mundo. Y es que allí donde exista la dehesa, el monte bajo, las tierras de los toros bravos, vamos, nada puede tener competencia. La semana que viene a la tierra del espárrago y el pimiento del piquillo.