No hubo sorpresa en la noche del Premio Planeta aunque siempre toca fingirla.El nombre de la periodista Sonsoles Onega comenzó a sonar con fuerza como ganadora horas antes de la cena de gala y pasadas las once de la noche el rumor se confirmó. Su novela, Las hijas de la criada, presentada con el título Otoño sin ti, con el seudónimo Gabriela Monte conseguía alzarse con el 72 Premio Planeta dotado con un millón de euros. Una historia sobre el poder del destino y la fuerza de las mujeres que la autora dedicó a “las escritoras con hijos y a los hijos de las escritoras” en un guiño a las dificultades con las que ella misma se encuentra para poder dedicarse a la escritura. 

Fue una noticia relativamente reciente, la del intercambio de dos niñas al nacer en la Rioja, la que le dio el inicio de la novela, una trama que la autora trasladó hasta su Galicia natal para abordar el papel de la mujer en la industria conservera gallega. Una historia de amor, desamor, verdad y venganza en la que no hay personajes frágiles o débiles, sino que las protagonista son mujeres valientes . 

“En toda mi obra hay un sustrato literario que es el destino, esa idea de que habría sido si en lugar de hacer una cosa haces otra. Esta novela la escribi en un momento complicado, entre dos platos de televisión, sin mucho tiempo, con un gran sacrificio personal, pensando si merecía la pena seguir o no y al final acerté”, explicó la ganadora. Escribir es para ella “la gran evasión, pero es una tabla de salvación sin límites de tiempo, sin cortes publicitarios, sin exigencias de ser riguroso con los acontecimientos, porque la novela te permite inventar”.

La idea de Las hijas de la criada  surgió de una noticia real pero  a partir de ahí la historia se trasladó a 1900 donde arranca la trama en su Galicia natal, aunque también viaja a Cuba, como en su primera novela, Calle Habana, esquina Obispo. 

Confiesa que el reto en este caso fue “estudiar el período concreto de principios del siglo XX y cómo era de la industria del mar en Galicia, el imperio de las conserveras. La industria pesquera nunca ha sido justa con las mujeres, que se han dejado las manos limpiado sardinas y cerrando latas, y nunca hubo patronas, aunque en muchas ocasiones ejercieran como tales”. En una especie de “justicia poética”, la autora da a las mujeres esa patrona que nunca tuvieron, doña Inés, que incluso llega a crear una escuela de mujeres en sus fábricas conserveras, una ficción que le ha permitido “fabular con mucho gusto sobre las asignaturas pendientes que tenemos con las mujeres invisibilizadas u ocultadas, no sé si consciente o inconscientemente, porque no podemos valorar los tiempos con nuestra mirada de ahora”, añadió.