El Ayuntamiento de Stuttgart (dueño del 60% del estadio MHP Arena) o el VfB Stuttgart (propietario del 40% restante) deberían hacer un homenaje –o, como mínimo, regalar un banderín– a los Merino: Miguel y su hijo Mikel.
Por el motivo obvio de que ya son tres las ocasiones en las que han celebrado un gol en un córner del campo. Las tres veces en partidos internacionales. Las tres en importantes victorias para sus equipos.
Miguel Merino inauguró la tradición familiar el 5 de noviembre de 1991, en lo que la afición osasunista bautizó para siempre como “La noche mágica de Stuttgart”.
Segunda aventura europea deOsasuna: los rojillos se deshacen en treintaydosavos del Slavia Sofia (1-0 en Bulgaria; 4-0 en El Sadar), pero en dieciseisavos toca el hueso duro del VfB Stuttgart, equipo tan compleo que en esa temporada ganará la Bundesliga.
El 0-0 en Pamplona hace temerse lo peor, pero en la vuelta Osasuna da un recital y gana 2-3 para pasar a octavos. El segundo tanto rojillo, que suponía el 0-2, lo marca Merino, que se va a una de las esquinas y, por pura improvisación, le da al banderín una vuelta de celebración de su gol.
Un gran partido y un festejo anecdótico que queda ahí, solo en el recuerdo de algunos, hasta que, por las casualidades del fútbol, la selección española juega en 2024 en el MHP Arena (lástima que ya no se llame Neckarstadium, un nombre mucho más sonoro, como era antes, en referencia al río Neckar).
La cita es nada menos que en cuartos de final de la Eurocopa y ante la mismísima anfitriona.
Si antes del partido le hubieran preguntado a cualquier aficionado, es casi seguro que habría negado que Mikel Merino tuviera ese día en la mente el gol de su padre en 1991, cinco años antes de nacer.
Pero, después de un partido tan intenso que se fue a la prórroga, Mikel logró, de certero cabezazo, el gol del triunfo en el minuto 119, cuando la tanda de penaltis ya parecía inevitable.
Cuando marcó, se abrazó a sus compañeros, pero acto seguido... le hizo los honores al banderín más cercano, para cerrar un círculo de 33 años.
Y aún había más: el 2-0 de la victoria del jueves ante Francia (5-4) en semifinales de la Liga de Naciones. Nuevo gol en Stuttgart con La Roja –el cuarto que lleva en sus 34 partidos internacionales– y, cómo no, el baile en torno al banderín.
Y, después, ante el micrófono de La 1, el navarro comentaba: “Ha sido un déjà vu, nunca mejor dicho. Estoy muy feliz, muy contento, este estadio tiene algo especial para los míos y para mí. Otra vuelta al banderín. Otra ocasión que jamás voy a olvidar”.