Pocas jornadas electorales dan pie a un análisis como la de este domingo en Navarra. Lejos del triunfalismo generalizado al que estamos acostumbrados cada vez que toca valorar el escrutinio, donde hasta el más derrotado encuentra algún resquicio para hacer una lectura positiva de su resultado, en esta ocasión es difícil encontrar un triunfador. Evidentemente lo es EH Bildu, que es el único partido del arco parlamentario que mejora su resultado con un importante incremento de dos escaños. Sin embargo, su felicidad está lejos de ser completa, debido a que la apuesta por ser la primera fuerza en Pamplona se le desvaneció después de haber estado por delante de UPN durante buena parte del recuento de votos. Y aunque en la capital hay números más que holgados para un acuerdo progresista, este parece inviable dada la postura del PSN, que se niega en redondo a contribuir a que Iruña tenga un alcalde abertzale.

En lo estrictamente referente a Navarra nos encontramos ante un escenario que, desde el punto de vista puramente artimético, no presenta grandes cambios, pero nadie tiene motivos para estar contento del todo. Empezando por UPN, que vuelve a lograr un raquítico triunfo, que le ubica mucho más cerca de la oposición que del Palacio foral. Con 15 escaños, el 27% de los votos y sin apenas interlocución con ninguna de las fuerzas progresistas del Parlamento, los regionalistas viven su particular travesía del desierto que lleva camino de ser estructural.

Desde que UPN ganó sus primeras elecciones en 1991, nunca lo había hecho con menos votos que ahora. Su porcentaje es, en todo caso, prácticamente el mismo que obtuvo en 2015 cuando concurrió por última vez en solitario y también se quedó en 15 parlamentarios. La diferencia es que entonces llegó a los comicios en medio de una división interna de dimensiones siderales, hasta el punto de que Javier Esparza se negó a compartir plancha electoral con Yolanda Barcina, que era la presidenta del Gobierno, y con muchos de sus principales excargos públicos envueltos en el escándalo del abusivo cobro de de dietas de la desaparecida Caja Navarra.

Las circunstancias actuales eran bien distintas para Javier Esparza, que consigue salvar los muebles pero no es capaz de reflotar el barco. Sólo el PSN podría acudir a su rescate, pero nada indica que Ferraz vaya a virar el rumbo ni siquiera en las actuales circunstancias de debacle socialista en el conjunto del Estado. Al menos por el momento, Chivite prefiere marcar el paso con la compañia de Geroa Bai y Contigo Navarra y la colaboración necesaria de EH Bildu, que ejercer de muleta para UPN, en lo que históricamente ha sido una estrategia que ha terminado por lastrar al PSN. En todo caso, conviene no perder de vista que la suma de ambos da una ajustada mayoría de 26 y la tentación de regresar a las acuerdos que enterraron las carreras políticas de Barcina y Roberto Jiménez siempre va a estar ahí.

Tampoco el PSN está para tirar cohetes con el resultado electoral. Los socialistas manejaban encuestas que les ponían al mismo nivel que UPN, pero se han quedado como estaban y a una distancia más que considerable de la primera fuerza.

Con todo, la peor parte ha sido para Geroa Bai, única formación del arco parlamentario con un claro retroceso en votos y escaños. A la sigla que lidera Uxue Barkos le ha pasado factura ser el socio que ha sostenido al Gobierno, una circunstancia que se da con frecuencia en política.

Contigo Navarra, el socio minoritario del Ejecutivo, salva los muebles al conservar los tres escaños que Podemos e Izquierda-Ezkerra tenían por separado, pero con una sensible pérdida de 8.000 votos que es todo un toque de atención para este espacio.

Además de EH Bildu, también mejora sus números Vox, que se estrenará en el Parlamento que se constituya el 16 de junio, si bien sus posibilidades de tener algún tipo de influencia y protagonismo son residuales, habida cuenta de que no hay intenciones en la derecha de acercarse a esta sigla.